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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

jueves, 29 de abril de 2010

19.-

Recién pasó un sulky y me parece que era el del lechero Bordeau, cargado de tachos, acompañado por la hija mayor. La Ana. Está caluroso hoy y papá ya debe haberse ido a la municipalidad. Por encima de la tapia se ve el enorme techo de chapas de uno de los galpones del molino arrocero. Adentro guardan, también, bolsas y bolsas de trigo, esperando que las cargue el tren. Todo el aire se ha vuelto olor a trigo embolsado en la siesta. Se respira eso. Tantas toneladas de semillas se chupan todo el oxígeno de alrededor y entonces, para mi, se trata de ir a cortar limones, allí, en mi árbol, trepado al tronco, mirando cómo duermen la siesta, la mona del vino, los estibadores, con sus pañuelos anudados a la cabeza, los catangos, como les decía el Gringo. Porque a veces trabajaban en las vías, cambiando rieles, y vos los veías a lo lejos, sobre la loma, y parecían cascarudos, catangos del verano. Todo ésto que narro fue antes de secar el limonero haciendo fuego. Me mandé una bruta fogata, Amelia, al pie del tronco que ni te cuento; porque quería quemar, despacito, mi colección de “Cine-Aventuras” y, como te dije, sequé el árbol, carajo, y me cagaron a palos, creo, bah, no sé; la verdad, me parece que sí , que ligué. ¿Eh, mamá?...
Una hilera de hormigas acarrea miguitas desde una de las piezas vacías de esa segunda casa en que viví. Se llevan apuradas las migas hasta las rajaduras del patio embaldosado, blanco y negro, que calcina el sol. Mariano ve, yo veo, tapado por la enredadera que me protege del sol y las miradas, sentado en un sillón de lona, todo lo que ocurre en la calle. Se está viendo, me veo, unos años atrás, una punta de años en verdad, con los limones en el suelo, a mi costado, cortando parsimoniosamente con una hojita de afeitar, una yilé, tajadas finitas de limón que coloco en mi lengua como si fuesen hostias; dejando que el gusto agrio vaya penetrando de a poco en el paladar, antes de empezar a morder y volver a empezar.
La radio, por supuesto, sintonizada en CW23, Radio Salto, Uruguay, escuchando boleros que canta, obviamente, Lucho Gatica. Y los tangos, a continuación, de Héctor Varela con sus cantores Argentino Ledesma y Raúl Lavié. Me gustaba mucho un vals, amor, no me acuerdo la letra, pero sí que se llamaba “Señora princesa”; y a veces, también cantaba en esa orquesta Rodolfo Lezica, que desgranaba roncamente una cosa que tenía que ver con marineros. Tengo, también la panza llena de tereré bien helado, que aprendí a tomar en la Fráter, con cubitos y limón. Pero ahora no tomo más, ché; estoy lleno de agua. Y ahí, mirá, van las negritas Maidana, la Ramona y la Alicia. A través de los claros que deja la enredadera, bien escondido, junando curioso los culitos que, al moverse, parecen decir: pa’mí/pa’vos/pa’ninguno de los dos/, los dos culitos paraditos se hamacan lindo, con sus piernas chorreadas y morenas ¡”Adiós, corazón”!, les grito. Las gurisas se dan vuelta, intrigadas. Yo me cago de risa porque las veo asustadas por no saber de dónde salió la voz ¡Chisttt!...,insisto, pero ya es imposible verlas. Sólo se oyen las risitas, perdiéndose tras los galpones…
La radio había dejado de transmitir “Tardes con el Morocho del Abasto” y una monocorde voz pasaba la nómina de los fallecidos del día en Salto y Paysandú. Chau, Pichu. Cagaste, Maneco. Saludos a San Pedro, si lo ves. Esas cosas. Andate a la mierda en bote; morirse ahora no es mi asunto; no me importa nada, muéranse, si, total, acá tengo el “Cine-Aventuras”, y lo más lindo, sobre todo, es quedarse embobado viendo los cuadritos fotografiados de “El Desconocido”, con Alan Ladd y Van Efflin. Lo miro al Alan, lo estudio un poco y saco el espejito redondo del bolsillo de atrás y comparo, comparo el tamaño de mi jopo con el suyo. Después me despatarro en el sillón, pongo las piernas sobre la silla que tengo delante y miro al costado. Veo la casa toda vacía donde estoy, para mí solo, vacía, lindando con la mía. Ese mi lugar. Mi reino. Mi territorio de las siestas. Pronto esta felicidad se va a acabar porque el dueño va a alquilarla ; y cuando eso ocurra, concha de su madre, estaré frito.
“La tarde va muriendo,
La lluvia va cayendo,
Y el cielo azul
Se ha puesto gris”…canta el increíble Lucho Gatica, y entonces me siento ligero, no me molesta en absoluto el smóking que llevo puesto, ni la tenue luz. Al contrario, estoy en mi elemento; canto, entonces, con toda la plenitud de mi juventud triunfal, mientras percibo las respiraciones anhelantes, al costado, en el cono de sombra, de todas las mujeres. Sobre todo las mujeres, carajo, que se caen a pedazos cuando canto. Se mean, literalmente; se mean de a chorritos cuando yo subo y subo en eso de
“mi vida se deshoja,
en este otoño que
llegóoooooooooo,
sin pensar”, ahí sobre todo, y puedo darme cuenta de la envidia de los demás tipos; sufran, guachos. Hasta el Gringo se la tiene que comer, y el Conejo, bah, todos los piojosos que siempre se ríen cuando les digo que alguna los voy a reventar a todos. De lo que estoy seguro es que esas damas que me escuchan embelezadas están vestidas de largo, como las minas de “Vea y Lea” y “El Hogar”, pero un poco más modernas; como Laura Hidalgo en “Caídos en el infierno”, ponele, y están enjoyadas hasta los dientes, y peinadas de alto y perfumadas, y lo miran a él, a él solo, (¡A mí, machos!...) embobadas, entregadas, reventadas; y a un solo movimiento de mi cabeza, se sacarían los ojos por venir a verme un ratito a la pieza del hotel donde me alojo ( o a mi chalet; pasen por mi chalet, pibes!). Es genial. Ahora la orquesta levanta vuelo en el atardecer, y se junta con las palomas del galpón, perfora la enredadera y gana el cielo como un globo livianísimo, me preparo, pues, para “entrar” por segunda vez en el estribillo; no hago caso del “velo” que ha aparecido en la garganta, el puto gargajo, ( hay que tragar con clase, pibe, según decía el tipo que cantó cosas de Magaldi en el Salón Fraternidad: Etcheverry, Alberto Etcheverry, se llamaba, y cantaba en LT11. Yo siempre Magaldi, eso sí: “A mi madre” y “El Huérfano”, lo más pedido, ché) y voy en busca de esa nota aguda
“que llegóooooooo….,
sin pensar…(Puente suave, pibe)
siiiinnnn pensaaaaaar
entonces, la sonrisa final es de una inmensa modestia, de ídolo único, cuando culmino con
“el otoño….
Y su cannnncióooon…”
Y ya voy a oir los aplausos, pero me gritan desde la vereda: “¡¡¡Callate, PERRO!!!...¡Andá a cantarle a tu hermana, puto!...
¡Potrillo, hijo de puta!..., le retruco, imaginariamente. Es el mismísimo Potrillo Leguizamón el que me grita, de pasada. Se trata de un estibador del molino que siempre me chumbea. No me animo a gritarle: Potrillo, hijo de puta. Es my grandote y además boxea. Me va a cagar a trompadas; además siempre hay que pasar por donde está , ahí, en el molinillo, para ir a la estación de tren. Sos loco, Marianito…Todos los negros se amontonan siempre alrededor del molinete, así que hay que animarse a pasar cuando están todos; especialmente el Potrillo que, a veces, cuando se organizan peleas, boxea en serio en peso liviano; mejor callarse, son como treinta, ché. Te dan un castañazo que te pierden de vista, o capaz que te pegan un planazo en el orto con la fariñera que usan para pinchar las bolsas de cereal. Masco, pues, una cáscara de limón porque ya me comí toda la pulpa y los dientes, ahora, parecen de vidrio. Después saco un Derby, que ya estaba costando tres ochenta, y pienso que le voy a tener que pedir al viejo los mangos reglamentarios para el paquete de la noche. En la radio pasan un baión para la señora Delia González que hoy cumple años, dedicado por su hijo Omar Eduardo, de Concordia, y la apago. Me echo encima la camisa, me calzo las chancletas, veo cómo se está entrando el sol, agarro el mate del tereré, la pava; ¡puta!...Todavía me falta volver por el sillón y la silla. Enfilo para casa, que está al lado, cruzo por el portoncito del fondo y abandono el lugar como al final de una misa, casi persignándome. Esto continuará mañana, y mañana, y otra vez mañana. En el límite del postre y la siesta, hasta el final del verano. De todos los veranos de la adolescencia, hasta vaya uno a saber cuándo.

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