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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

martes, 25 de enero de 2011

84.-
Vea, señora, yo poco y nada le puedo decir. Si usté quiere me pongo a hablar que, pa’males, si me pusiera a contar, tendría una carretilla pa’llenar; o de la historia de uno, pero no sé a quién mierda, perdóneme usté la boca, le va a interesar lo que le pasa a un negro zaparrastroso. Aquí nadie me ha preguntao nunca nada; más bien que me han tomao pa’la joda siempre, esa es la verdá; cuanti más me han dao un cigarrillo, de lástima, alguna vez,, y no pasó de qué tal Pataco, cómo te va, pero sin que les interese como me iba; pa’qué viá decir una cosa por otra. La gente dice eso de cómo te va, pero no le interesa saber nada. Y tienen razón; porque, a la final, no sé pa’qué van a querer saberlo; con que uno haga un cabeceo, ya está. Porque cada uno es cada uno y no hay más remedio. Yo tengo vivido mucho en este pueblo; voy yendo pa’los sesenta; en el caminito ando de llegarme a los sesenta, nomás, porque así como me ve, de flaco repodrido que parezco, así fui siempre; pero le mentiría de que estuve enfermo, como no sea alguna gripecita o cosa así; no,doña,¿como era que se llamaba? ¡Ah,sí, Amelia!... como le digo, doña Amelia,yo he andao mucho, siempre a pata, y aquí, nomás, en el pueblo; a veces bajo la lluvia, meta darle a las patas, con una bolsa de arpillera en la cabeza pa’ no mojarme y puro juntar porquerías y sobras de los tachos de la vereda o, según la casa, ir a golpiar, nomás; y pedir un poco de pan o de comida que haya quedao de sobra. Pero eso más lo hacía mi mamá, la Manuela, y a ella también la tomaban pa’la joda, pobrecita; decían que era media loca. Sería porque nunca hablaba y tenía esa manera de quedarse callada, mirando fijo; siempre con su sonrisa en los labios y calladita. Porque ella nunca decía esta boca es mía y pa’sacarle una palabra había que agarrar un tirabuzón; pero calladita, mirando fijo, tenía como una mirada de vaca mansa, ¿alguna vez vio una vaca, señora? Así ella se quedaba quietita en las puertas de las casas y las patronas ya sabían que la Manuela, mi mamá, venía a buscar algo de comida o alguna ropita que estuviera fuera de uso y casi siempre le daban, porque a uno lo conocían de años y años. ¡Qué!...si nunca en la vida hemos salido de acá…Yo a este pueblo me lo conozco de punta a punta y los conozco bien a todos porque como siempre tuve que andar en la calle, he conocido a todo el mundo y la gente como yo viene a ser como una cosa sin importancia; por ahí, entonces, todo el mundo me ha contao cosas o dao encargos. Así que yo vine a ser un paño de lágrimas muchas veces y también un trapo de piso, pa´qué lo vamos a negar; sobre todo de los muchachos; que será porque son muchachos, vaya a saber; siempre están chumbiando y jodiendo, diciendo cosas. Que porque soy yo se las animan a decir, porque lo que es a otro no se lo dirían así nomás; pero al Pataco lo joden y lo joden, y yo no me enojo, no vaya a creer; me río. A veces, nomás, cuando estoy medio del otro lao y me tomo unos vinitos, entonces sí, me da un no sé qué y me vienen los deseos de darles unas trompadas pa’que aprendan a respetar un poco, porque por más que uno sea el hijo de la Pataca, no tienen que andar faltando el respeto, ¿no le parece?... A la final yo seré un negro de mierda, pero nunca he faltao el respeto y tengo mis canas, como ustè ve. Pero lo de las canas vino ahora, vino ahorita, porque hasta más de los cuarenta yo ni una en el pelo; que eso me decìa siempre mi mamá y se réia mucho: parecés un gurisito; tan flaco que sos y ni una cana, chè, cuando nos poníamos a comer un poco de las comidas rejuntadas. Ahí debajo de ese espinillo, ahí mismo; comíamos los dos toditas las tardes. A eso de las tres, que era cuando volvíamos de la recorrida; porque primero había que esperar a que comiera la gente antes de ir a pedir, así que pa’las tres, más o meno, llegábamos y comíamos a la sombrita. Pa’ la noche, sí; yo me iba a lo de Ruiz Dìaz, el carnicero, y siempre me dejaba un huesito pa’l caldo. Que nunca nos faltó mientras él vivió; ahora con la mujer, que se volvió con los gurises después de dirse con un macho, la muy yegua, no es tan fácil; es distinto. Me da, no viá decir que no me da, pero no es tan fácil como con don Cachimba Ruìz Díaz cuando vivía. ¡Así es la cosa!...Y bueno, yo las moneditas pa’ir tirando, me las sacaba en la estación, con las changas; ahora me cuesta más pero no hay más remedio, qué va a hacer; ¡qué mierda!, me duelen los huesos ahora, que los años no vienen solos; pero siempre me las rebusqué en la estación con las valijas.Pero, siempre así, como me ve. Una vez me quisieron hacer poner un uniforme, de esos grises, como los que tienen los del telégrafo, pero yo ni en pedo. Por áhi lo tengo todavía; al saco lo usé un poco,aunque no me gusta. Más linda es esta campera de gamuza que me dieron en lo de Goldman una vez que les carpí todo el pasto del patio; desde entonces no me la he querido sacar más, y mis bombachas, como usté vé, éstas me vienen durando bastante; claro que tuve otras, imagínese, siempre bombachas de este color cremita, que es el que más me gusta; ahí sí, las batarazas son muy pitucas, pero no duran nada; ésta es de tela fuerte, propia pa’mis tareas de andar acarriando cosas, porque mi trabajo es andar acarriando; meta acarriar bultos de un lao pa’otro, que con eso me he ganao decentemente mis moneditas; una valija pa’al hotel de Gerard, una encomienda pa’la estación, y así…siempre el Pataco se las ha arreglao con esas changas, que es lo único. Imagínese, yo ni a leer pude aprender; no sé, no me gustaba, no era pa’mí; y además mi mamá no me mandaba a la escuela. Una porque todos se réian de mí, y otra porque quería que yo la acompañara por la calle, nomás; y bueno, la pobre vieja era así. No era de bruta, me parece, sino porque me quería tener con ella, y yo así me fui criando, entre sus polleras; solitos los dos en el rancho, en la calle, o bajo la lluvia, pero bien machito salí, gracias a Dios. Lo único que solitario me he quedao; qué se yo; siempre con la vieja de un lao pal’otro y, además, quién me iba a dar pelota; una que soy así de flaco esquelético, que parezco débil pa’las mujeres, pero sobre todo por este asunto de la voz que, ya ve
usté. Así con la voz gangosa, se me han réido siempre las muchachas, y me ha dao un poco de vergüenza encararlas; pa’más, nunca supe bailar cuando venían los chamameceros, así que apenas me iba, nomás, a espiar por el tapial que daba a la pista. No faltaba nunca un mamao que viniera a joderme…Y así dejé de ir; y entonces,¡ adónde viá conseguir mujeres si no es en los bailes!...¡Dónde la viá a traer, si aquí apenas cabíamos con mi mamá, la Manuela Pataca!...¡Qué va a hacerle!...Después se fueron pasando los años y me hice ya muy mayor pa’ pensar en noviar y esas cosas; me fui quedando solo, nomás. Pero, qué mierda, uno se acostumbra a todo. No le viá decir que nunca…que nunca, bah, que alguna vez no me voltié una mujer, sí doña; y se lo cuento pa’que no vaya a andar pensando mal de mí, aunque soy reservao, muy reservao, le tengo que decir que una vez me la voltié; allí donde usté ve ese corral de los Sandoval; allí vivía antes otra gente, los Munilla; y a la gurisa de los Munilla yo me la apilé varias veces donde ahora usté ve ese corral, que, antes, eso no se véia nada, de tapao que estaba por las cañas; allí, entre la nidada de las gallinas, yo hacía mis cosas con la hija de los Munilla. En aquel entonces yo andaría por los veinticinco o los veintiséis, que yo soy del 22, así que, sí, esa edá tendría. Por eso le digo, pa’que no vaya a andar imaginando cosas raras; mujer he tenido. Pero lo que se dice como pa’ vivir de a dos, acollarado, no, nunca…No pude; esas cosas,…cuestión de suerte. Así que muchas noches me las he pasao en vela, pensando en eso, y hasta tuve la desgracia__y no me da vergüenza confesarlo, porque total estoy medio viejo__tuve, digo, que arreglármelas solo al no tener mujer; me jodía hacer esas porquerías solo; pero no había más remedio, ¡qué joder! Porque pior hubiera sido faltarle el respeto a alguna mujer; a mi mamá, pongo por caso. Pero eso jamás se me cruzó por la cabeza…y al quilombo, qué quiere que le diga;…no me iban a dejar entrar así nomás; iban los muchachos del pueblo, esa gente, y d’iande iba a sacar plata, además. A mí, no le viá a decir que no me gustaba la Angélica, porque la verdá estaba muy bien. Pero más caliente que la peste era y me hubiera cagado a trompadas si le cáia a la casa con esas intenciones. ¡Qué cosa!..., yo conozco como si lo hubiera parido al pueblo. Y mi mamá solía contarme del tiempo de antes, de antes de los conservadores y radicales, cuando ni comités había y ésto era puro campo . Ella conoció al viejo que fundó todo, que era un coronel que había peliao por áhi, en el desierto a lo mejor, el en Arroyo Grande, y en la batalla del Arroyo e’las Calaveras; sí, porque la vieja tenía 101 años cuando murió, ¡101 años tenía al morirse!, así que, imagínese, vio todo eso y me contó que al viejo éste le habían regalao las tierras por peliar; y bueno, se fundó un pueblo el hombre. Aparte de los criollos, empezaron a venir los judíos; se llenó de judíos, de rusos que venían de Uropa, y de un descampao que ésto era, el hombre hizo los límites, las manzanas; vinieron unos ingenieros que serían de Paraná o Buenos Aires y mensuraron la tierra y dijieron: aquí la Polecía, aquí el Correo, y cosas así; y ya ve usté, ahora parece una ciudá, que debe andar por los trece o catorce mil habitantes; sin contar con los de la Colonia que vienen pa’los carnavales y pa’comprar provisiones, y que entonces es un loquero y deben llegar como a los veinte mil, por lo menos… Sí; yo tengo visto mucho de las cosas que han pasao en este pueblo; a más de lo que me contó mi mamá. Y bueno, todavía está aquí la familia del coronel; están los nietos y los biznietos, que casi todos se han ido a estudiar a la ciudá, y acá quedó uno que se recibió de veterinario y se murió de cirrosis, y cosas así; porque ha sido gente ésta que siempre le gustó el campo. Yo, muchas veces, sabía irme a pastoriarle un poco las vacas, cuando se les enfermaba algún pión, y hasta aprendí a alambrar en la casa d’él; pero temporario, nomás, porque yo no nací en el campo, nací en el pueblo, en este rancho mismo; ellos me daban changas de vez en cuando, medio pa’ hacerme ganar unos pesos, pero nunca de regular o efetivo. No; yo no digo que no es lindo el campo pero, no sé, nunca me entusiasmó; a mí me gusta este pueblo, que no será una cosa del otro mundo, pero me gusta. Y aquí he vivido siempre, me conocen todos, todos. Y, aunque me jodan a veces, me conocen y me saludan por mi nombre, y eso es importante para la persona; que la conozcan, que uno tenga un lugar de uno, ¿no?, que es un decir, porque yo no tengo ni donde caerme muerto, pero es como si fuera mío
también. Voy a lo de Amengual, pongo por caso, y si el viejo está haciendo chorizos o un queso de chancho, yo lo ayudo y él me tiene confianza porque me conoce, así que después que termina, toma mate conmigo y me regala unos chorizos o un queso; o a lo Ruiz Díaz cuando vivía; yo iba temprano a ayudarlo a descargar la carne y por eso nunca me faltó un hueso p’al puchero, como se dice. O mismo, en la casa del Gringo, cuando él trabajaba en el hotel. Lo pongo de ejemplo, porque este muchacho que busca, el Marianito, parece que era muy amigo d’él…En lo del Gringo , ¡las veces que habré ido a cortar leña pa’la cocina del hotel!... Cuando todavía no había gas a garrafa: después no. Después no fui más. Pero solía ir a picar leña, pila de veces fui, así que imagínese, si los conoceré a todos éstos, que los he visto de gurises y me acuerdo que andaban en barra y me cagaban a cascotazos cuando pasaba, o me tiraban una valija cuando iba de changa cargado. El Gringo, sobre todo, que cuando chico era un atorrante e’mierda; no como ahora que es un hombre serio. ¡Pero si me habrá jodido cuando chico!...Bueno, en la casa d´él, muchas veces lo vi a este mozo, el Mariano. Porque no sólo iba a pedir comida al hotel sino, también, al padre d´él, a don Isidro a quién conocí mucho. Al pelado lo conocí de cuando jugaba de referí, y después cuando la política, que era medio capo del peronismo; por los años cincuenta le estoy hablando, doña Amelia. Fue Juez de Paz, también; y por demás cantor… Sabía ir yo a la Comisaría cuando estaba Ceferino Echeverría de comisario, que era de Colón, y se mandaba unos asaos bárbaros en el patio. De la época de Echeverria le estoy hablando; bueno, los milicos, dos por tres, me iban a buscar pa’hacer el asao y allá iba yo y lo véia a don Leves que cantaba lindo; cosas de Gardel le gustaba cantar. Cuentero por demás, ¡paaaa!...Le gustaba contar cuentos verdes…bueno; estaba en todos los asaos de la Comisaría; hasta el cura Ferré se venía. Y áhi se hablaba de todo; de política, de mujeres, aunque estuviera el cura que era bastante mal hablao; y de fóbal también; se hablaba mucho de fóbal. El cura era el entrenador del cuadro de la iglesia que se llamaba Club Atlético Patronato y siempre había pica con otro. Primero con Sportivo, y después, cuando Sportivo se disolvió, con Nuevos Rumbos, que eran más o menos los mismos, pero como se habían peliado con el Club Social, le cambiaron el nombre, nomás. Bueno, el cura se calentaba lindo con don Isidro Leves; a veces por la discusión de un penal o un orsai mal cobrao, según él; pero después se réian los dos y don Leves meta cantar Volver o Por una cabeza, aunque todos terminaban por pedirle siempre que cantara Silencio. Muy buen hombre, don Leves. A él lo conocí mucho, como le digo; pero al hijo, al Marianito, no me acuerdo bien. Lo confundo con el primo que también vivía acá, el Coco, y se fue pa’Buenos Aires. A don Leves sí lo conocía bien; él me consiguió la partida de nacimiento cuando era juez. La que yo tenía que presentar en Colón pa’hacer los trámites de documentos cuando la época en que había que renovarlos; sí, yo ya sabía ir a barrer el Juzgao y me dio sus buenas propinas, me acuerdo bien. Estaba casao con una maestra que era de Uruguay y trabajaba en la Escuela n° 11, detrás de la vía; esa escuela nueva que hizo Evita. Sí, yo siempre me acuerdo de todo, tengo más anédotas que pelos en la cabeza. Horas le estaría hablando de todo lo que ha pasao aquí, de lo que me tengo visto. Diga que yo no soy de andar diciendo cosas íntimas de la gente, pero me tengo visto cada cosa que usté no lo va a creer. Aquí se aparienta mucho, pero hay más de una señora que le metió los cuernos al marido cuando estaba en el trabajo, que yo podría armar un quilombo de la gran puta si me pusiera a hablar y dar nombres. Le viá contar un caso, pa’que vea lo que le digo y lo que son las mujeres. Había un hombre acá, que no le viá decir cómo se llamaba por discreción, que trabajaba de camionero llevando tanques de nafta a Villaguay, esas cosas, y la mujer aprovechaba pa’meterle los cuernos a la hora en que el hijo estaba en la escuela. Entonces me mandaba llamar con alguno o me hacía señas cuando pasaba y me alcanzaba un papelito con cien pesos adentro, ¡cien pesos!, imagínese en el año cincuenta lo que era eso; en ese entonces, digo, porque ahora está hecha una vaca, pero en cuanto a eso era una linda mujer, muy arreglada, grandota, de esas mujeres percheronas, echadas pa’atrás. Bueno, me llamaba y me pasaba el papelito con los cien pesos adentro y el papel era una esquelita que yo le llevaba a un guarda del coche-motor de Concordia que se quedaba a dormir, día por medio, en el pueblo, porque los coches van y vienen; un día sí y un día no, ¿vio? Bueno, yo le entregaba la esquelita al guarda y allí ligaba otros pesitos. El hombre me decía que bueno, que está bien, andá y decile que ya voy; y cáia a eso de las dos, por los fondos, porque saltando el gallinero, ahí nomás, le quedaban los fondos de la casa de esta mujer, que vivía en la misma manzana, ¡mire usté!... Y mientras el gurí estaba en la escuela y el marido de viaje, se encamaba con este guarda de Concordia. Después la véia usté muy del brazo con el marido, los domingos, pasiando por la calle principal, saludando a la gente sentada en las veredas, que ni se imaginaban la cosa; buenas tardes, cómo le va, muy bien usté,¡qué relaje!...No; si yo sé muchas cosas de acá; será por eso que aunque ha faltao trabajo pa’mí, siempre me las he arreglao pa’ir tirando. Pero trabajo estable, efetivo, como se dice, nunca tuve; así que ni pa’jubilación estoy yo. Cuando ya no dé más estoy jodido, porque quién me va a venir a ayudar. Los vecinos son buena gente pero, pero qué quiere que le diga, usté ve lo que son estos ranchos; ni pa’ellos tienen; alguna gallina, a gatas, pero nada más. El puesto que a mí me daba ilusión y que me iban a dar cuando el peronismo, me lo tenía prometido don Luiggi, el intendente, era el del cementerio. Pero, esas cosas, al final se lo dieron a don González. Don Luiggi me dijo que era porque don González lo necesitaba más, porque tenía tres hijos, y ¡qué va a hacerle!...No se dio. Y la verdá que don González era un hombre pobre también, y le venía al pelo el cementerio. Limpiar de yuyitos las tumbas, los nichos, lustrar bien las placas y cosas así. A más del sueldo, ese trabajo deja mucha propina. Pero no se dio; qué va a hacerle…Era un buen puesto que me hubiera gustao tener; y no se dio. Después don Luiggi, pa’compensar, me prometió una pensión pa’mi mamá. Y tampoco la conseguimos porque enseguida cayó el peronismo y se fue todo a la mierda… Lo único que quedó de esa época es el asfalto que, usté lo ve, todavía está bien. Un trabajo bárbaro se mandaron; también esa vez vinieron ingenieros y todo, con máquinas y tratores, y hubo mucho trabajo. De esa época, el asfalto es lo único que quedó; y la escuela que hizo Evita. Después, los bustos, esas cosas, quién sabe dónde estarán…¡No!; si aquí pasó de todo. Yo ví llegar muchos judíos, todavía. Alcancé a verlo… De los que vinieron después de la primer camada. Los ví crecer a los gurises d’ellos, que fueron todos a la escuela acá y después se fueron a estudiar a Santa Fe o Córdoba, y hoy son dotores. Ni médico ni nada había acá entonces; ahora hay un hospital, farmacia, y confitería. De a poquito se fue haciendo todo. Hay mucha gente de plata aquí, mucho ganadero, mucho arrocero; usté sabe que esta zona es arrocera; aquí se da muy bien el arroz y hay molino; se envasa acá mismo y se manda p’al Japón, así me han dicho, mire usté, ¡de acá pa’l Japón!...Mucha gente con plata invierte en el arroz y en animales. Hasta los médicos que han cáido acá se han hecho ganaderos. Usté los véia llegar con una mano atrás y otra adelante, ponían la chapa en la puerta, y a los dos años ya los tenía comprando vacas en Concordia, en los remates. Pero hay mucho pobrerío también, mucho rancho. Ahora no tanto, pero antes, ahí atrás de la estación, p’al barrio del Mondongo, o p’al barrio de la Bolsa, había mucho rancherío, que ha ido desapareciendo porque mucha gente fue haciendo de a poquito su casa de material, o lo mismo, p’al lao del cementerio; y esa gente, otra gente que no tenía trabajo estable, se fue yendo, casi toda, pa’ la Capital. La muchachada sobre todo. ¡Qué carajo van a hacer acá!... Sin estudio, ni nada; se van a la Capital y se meten, si pueden, en una fábrica y después se van trayendo la familia de a poquito. Lo mismo las gurisas: se emplean de sirvientas
en Buenos Aires y al final se casan y no vienen más. Mucha gente se ha ido, la verdá…Yo no. Porque qué viá hacer yo en la Capital? No, déjeme de joder. Yo nunca quise irme; pa’ qué; si estoy bien acá. No le digo que no podría estar mejor, pero tampoco que quejo. Tengo mi rancho y no me falta comida, así que pa’qué… Aunque ahora me ve solo, usté va al pueblo y pregunta por mí y le van a contar cada cosa, cada historia, que se va a tirar al suelo; hay tanta historia con el Pataco que hasta han inventao muchas, a falta de las verdaderas, de tan popular que soy en el pueblo…Dicen que me van a hacer un busto. Pataquito, me dicen, lo vamos a encargar de bronce como el de San Martín y te vamos a poner a vos; como el de San Martín que está en la plaza;… lo vamos a sacar, Pataquito, y te vamos a poner a vos, me dicen por embromarme. ¡Uy!..., si yo le contara las cosas. De todo dicen, y algunas son por demás zafadas. Cuando vivía mi mamá, la Manuela Pataca, decían que ella, los viernes, me ataba a ese espinillo que ahí ve, porque yo me hacía lobisón. Quién sabe por qué lo decían…, que yo me hacía perro a la noche y que cortaba la manea y me iba a revolcar en las osamentas y en la bosta, acá en el campo de los Leguizamón. Hasta decían que don Leguizamón quería cagarme a balazos porque yo, de lobisón, le mataba los terneros. Cosas de esas decían; puras habladurías inventadas por la gente…pero más de uno me tenía como miedo, no vaya a creer. Y yo los dejaba que lo creyeran y me cagaba de risa solo. Pero a mamá no le gustaba; ella quería peliarlos a los que decían esas cosas y como no podía ir a hacer lío porque era la pedigüeña del pueblo y se le iban a réir a ella también y iba a terminar en el calabozo, le daba por llorar y mirarme mucho. Pero yo me réia y le decía que se dejara de joder; que yo no tenía por qué ser lobisón porque todo el mundo sabía que yo no era sétimo hijo varón; así que lo decían por buscar roña, nomás. Y otro cuento que inventaron de mí era que yo una vez le llevé dos cuadras la valija a un turco, desde la estación al hotel de Pressman, y que cuando el turco me preguntó cuánto era, yo le dije:¡Cinco pesos!...Y que entonces el turco se enojó y me gritó¡¿CUANTOOO!!!...??? Y que yo contesté:¡Dos pesos!...¡Qué lo parió!...Y otra vez, dicen, que yo dentré a la farmacia de Minúchin y estaba llena de gente, de mujeres, y que yo dije en voz alta a don Minúchin, que era al famacéutico, y perdóneme por la guarangada que voy a decir, señora.¿Cómo era?, Ah, sí, señora Amelia. Dicen que dije: don Minúchin, deme un condón. Acá le decimos condón a los forros. Y que el viejo se puso el dedo en la boca, apuntando pa’arriba y diciéndome: ¡Chissssttt!... Y que yo dije: ¡Nooo, pa’la naríz nooo!...¡Pa’la pija!... Así,dicen, que yo le dije; puras mentiras que inventan de uno. Se lo cuento pa’que vea lo popular que soy acá, así que por eso no quiero moverme del pueblo porque acá me conocen hasta los perros, y eso está bien para la persona. Que lo conozcan, aunque no sean de la familia de uno.¿No le parece?
Pero usté vino pa´saber lo del muchacho, del Marianito. Bueno…Usté debe ser la esposa o la novia, me imagino; pero quédese tranquila que no tiene que contarme nada. Lo que me asombra es que usté haya venido a verme, que se haya metido conmigo; a verme a mí, tan luego…No sé por qué, no me lo esplico. Pero, sí, ya le digo. Que yo me acuerde, nunca tuvimos relaciones…mi mamá iba su casa a pedir. Pero yo nunca me acuerdo haber ido…Yo debo haberlo visto cuando era chico; eso seguro. Pero se me confunde con el primo, el Coco…Lo que más me asombra es que se haya venido de allá, de Buenos Aires, de tan lejos y que quiera verme pa’contarme cosas. A la final, a un estraño… Aquí él tenía a sus amigos, gente de su confianza, así que no me lo esplico; el mismo Gringo Gerard, por lo que me dijo, era muy amigo suyo; o el Conejo Oseda, en fin, muchachos que tengo muy presentes porque los he estado viendo todos estos años. Pero él, no…él se fue de acá siendo chico y no vino más hasta ahora. No sé; no me doy una idea de por qué me buscó a mí, al Pataco, especialmente. Pero, bueno, el caso es que él se vino…estuvo sentao ahí mismo, donde está usté ahora, y habló toda la tarde. Habló hasta que se hizo de noche, y también lloró. La verdá la tengo que decir; lloró mucho acordándose de cosas de cuando era chico. Me miraba…me miraba mucho con…,¿cómo le voy a decir?...,me miraba como si tuviera mucho aprecio por mí, mire un poco… Como si yo hubiera sido viejo amigo d’él, ¡imagínese!...Era una persona con educación, d’eso me acuerdo. Se le notaba en la manera de hablar…bueno, usté lo debe saber mejor que yo, si lo trató de cerca. Porque yo pienso que usté no se va a venir de la Capital pa’hablar conmigo si no lo trató de cerca, ¿no?...Bueno, estaba como pasao de tristeza ese mozo. Como si estuviera borracho, aunque le puedo asegurar que ni una gota había tomao; no, seguro. Y me decía a cada rato: Pataquito, hermano, hermanito, y cosas así…Y hasta me abrazó por áhi, cuando lloraba. Qué lo parió…Se quedaba calladito mirando p’al lao del pueblo y me decía: Pataquito, Pataquito,…y meta moco. Daba pena ver a un hombre grande llorar así, porque cuando un hombre llora mucho, el asunto grande debe ser…Me anduvo contando todo lo que hacía de gurí…De cuando me véia pasar con las valijas desde la casa, al lao de la estación. Que a la Manuela, mi mamá, él mismo le alcanzaba la ropa que le daba la maestra, que era la madre d’él; cosas así me contaba. De lo que hacía ahora en la Capital, nada. No me contó nada. Puras cosas de cuando era chico y de cómo me recordaba. ¡Mire usté como son las cosas!... Qué me iba a imaginar yo que una persona, a tantos años, se pudiera acordar así de mí. Hasta de la ropa que usaba yo se acordaba, qué lo parió. Qué pinta de Quijote tenías, Pataquito, me decía a cada rato. Y se largaba a réir, también, entre mocos. Y eso, lo del Quijote, me lo acuerdo bien porque me lo dijo muchas veces. Me palmeaba y me decía:¡Quijote, carajo!...El Pataco es un Quijote y yo soy tu sirviente, Pataco, me decía…y áhi empezó con el pedido…Tanto insistió, tanto me lo pidió, que no pude negarme y lo acompañé. Tomamos por allí,¿ve?. Y de áhi, nomás, salimos derechito a la vía. De noche ya, imagínese. Más de las nueve serían. Y estaba lindo; estrellao estaba; una noche clarita, sin una gota de viento. ¡Acompañame, Pataquito! Es el único favor que te pido: quiero ir con vos. Y bueno…, caminamos por la vía como un kilómetro pa’l lao de Concordia pa’llegar. Porque está ,más o menos, a la altura de lo de Molleví, el lechero. Aunque en el camino nos paramos, un poco, donde está la casa que ahora es de Maidana, que en esa época d´el, vivían unos gringos que se fueron pa’San José del todo. Y bueno, se bajó del terraplén y se fue a tocar un ocalito que hay…Lo tocaba y lo tocaba…como si quisiera__y dudara__ abrazarse al tronco del árbol ese…Después que se le pasó, seguimos…Ya no hablaba más; no quería hablar más…yo véia que no estaba pa’darle conversación. Habremos demorao como una hora en llegar. Fácil, una hora… Cuando estábamos a unos cien metros de la alcantarilla, empezó a correr. Qué mierda; me dejó atrás enseguida y bajó de la vía. Cuando yo llegué estaba sentao al borde del agua. Ahí corre un poco de agua cuando llueve, pero la más de las veces hay poca, y estancada. Puro barro, nomás; mucha rana y grillo a esa hora. Imagínese, pleno verano. Habremos estao sentados unos diez minutos, y lo único que dijo, todo lo que dijo fue:¡igual, Pataquito; ¡igual!...Eso dijo. Nada más. Y se metió en el agua, mire un poco. Así, vestido. Se metió en el agua hasta las rodillas, se ensució todo. Pero igual caminó y caminó entre esa agua sucia. Caminó de punta a punta por todo eso, meta moco, qué cosa bárbara, Y bueno, al rato salió y fumamos un cigarrillo. Después me pidió que lo dejara solo. Veinte mil pesos me dio. Pero más que nada lo que me agarró de sorpresa es que cuando me iba a d’ir, se paró y me dio un beso. Ahá; así nomás. Me zampó un beso en el cachete y me abrazó. Después no sé más. No supe más. Pero si usté quiere, señora Amelia, del pueblo le puedo contar cualquier cantidá. De eso sí… El Pataco se acuerda de todo. Tiene memoria…¡ Memoria pa’tirar pa’arriba!...


FIN

martes, 18 de enero de 2011

83.-











EPÍLOGO A CARGO DEL PATACO

domingo, 16 de enero de 2011

82.-
Son como señales. Quizá como un bodoque de arcilla en la cabeza. Porque todo giraba vertiginosamente en alguna zona de la cabeza. En algún impreciso lugar del cuerpo, en cambio, estaba lleno de yuyos abandonados creciendo al descuido, saliendo salvajemente de los ojos, de las orejas, de entre los dedos de los pies. Miraba hacia el techo y estaba muerto. ¡Ah, Caimán! ¡Ah, Gringo!...Y el viejo Caimán y el viejo Gringo vuelven a moverse desde la muerte, carajo, y como cascarudos, se estrellan y otra vez se estrellan y otra vez, contra la lámpara incandescente del cerebro, una y otra vez, y otra más, obstinados. Se ponen en movimiento o se detienen bruscamente a su orden. Giran los seres todos del pasado y el futuro en la memoria hirviente; giran maravillosamente los destinos enharinados y pintarrajeados; algo que hace andar esa especie de organito de todo lo que no fue mientras el pasto, desordenado y crepitando, crece desde su cuerpo abandonado, trepando las grietas, lleno de telarañas, de hormigas y bichos colorados. Y él, en tanto, en medio de la mugre, únicamente vela.
Ruedan lágrimas, crecen risas cuyos ecos resuenan en el cráneo. Pero su cara permanece impasible. Atrapa una imagen cualquiera, y fatalmente es el Gringo de niño que habla a torrentes, borracho de fantásticas eras que vendrán, mañana. Mañana. Y, fascinado, lo mira, lo miiiira desde un tronco donde está sentado viéndose, a su vez, las piernas flacas. Lo ve mover el molino de sus brazos, escupiendo azules gargajos a diestra y siniestra, poniendo y sacando realidades del mazo, así que baraja y vuelve a cortar y a dar. Expulsa pensamientos, esas ratas, desde un centro sobre el que está empecinadamente parado. Es una plataforma desolada y ventosa, Elsinor, donde está de pie, inmóvil y boqueando como un sapo, con la piel cuarteada por el frío y la espalda llagada de tanto sol; clavadas las raíces en la tierra del suicidio como un perro rabioso. Siempre, siempre, obsecadamente, las cosas en algún centro desde donde ha estado adjudicando sentencias. Un inútil en consecuencia.
¿Qué viene a ser esto, Caimán?...Esta rabia que se ha descargado sobre nosotros? Somos internos, Caimán, todavía. Estamos en la Fráter, nomás. Se cae a pedazos, se llueve de podrida, pero igual nos sigue dejando sin salida. Recién llegados, ché, y sólo se trata de obedecer; pero, con paciencia y con saliva, llegaremos a “capos”. Vamos a reventarlos a todos. ¿Eh, loco?...Es cuestión de un cachito. De romperse un poco el culo contra el suelo. Hay que tener fuerza de voluntad. El que no tiene constancia no llega nada. Hay que ser buen hijo, buen alumno como nosotros, negro; buen padre, buena persona, buen finado. Hay que cumplir, ay; hay que dar el ejemplo, ser como Dominguito. Todo tiene sus frutos…
¡Caimán!...¿Qué hacés, Caimán?¿Andás por ahí, en algún cuartucho de la Legislatura gastando la birome? ¿En qué expediente estás, loco? Fijate si no anda el mío; qué dice. Y haceme unas líneas; tengo tantas cosas para contarte…
Todo debiera ser turbiamente transparente o vagamente justo, ¿no? Con su oído de tísico escucha reptar a la violencia, afuera; desde su centro resquebrajado. Hombres hacen explotar cosas contra otros hombres. Y se mata lentamente afuera del centro. Afuera. Taparse de pasto crecido…
Y me parece que vendrán, Caimán. Vendrán, Gringo. Posiblemente durante la noche, amparados por alguna impunidad innombrable; golpearán la puerta. Los “capos”de la Fráter, aquellos celadores. Nos llevarán, loco. Estar vivos es una actividad simple y un poco terrible. Creo que vendrán, vendrán posiblemente; vendrán…
Quizá nos den tiempo a tomar mate, a contar cuentos, a recordar el quilombo de la Angélica. No serán necesarios proverbios tales como persevera y triunfarás. Nosotros reiremos; abrazados, como toda otra actividad. Aunque__jovatos__probablemente terminemos hablando de los chicos, de cómo ellos fantasean, lanzados ya como una bala; de lo bien que cumplen con los pasos, de cómo son mejores; otro proverbio que permanece. Esas cosas… Con la baba cayéndose nos tranquilizaremos dándonos palmaditas en el lomo, sin hacer caso de los gritos que se escuchan, ya que no hay mal que dure cien años ni que por bien no venga, dicen las viejas sabias.
Y desde su Sahara calcinado, este inmóvil no tiene más que solidaridad y miedo pero, más por diablo que por viejo, sabe que su miedo y su solidaridad son semejantes. Gringo; Caimán. Sabe que alguna vez se juntarán. Y que , después de ese día, habrá bailes populares en la pista de Velázquez y chamamés y canciones y versos. Y vos, Caimán; vos, Gringo; yo. Todos. Estaremos todos bailando en pelotas en el patio de tierra del rancho de la Angélica.

jueves, 13 de enero de 2011

81.-
Se abrió en dos con la navaja. De un tajo solo. De la cabeza a los pies. Nada de sangre. No goteó una. No cayó ni salió nada de ningún pedazo. Silencio, nomás. Quedó tirado como si fuera dos partes de una sandía blanca. Más seco que la tierra por donde rodara; cayó simétricamente dividido, formando una ve. Así: V. Un ojo para cada costado de la tierra, un brazo, una mata de pelo y todo así. Y lo hizo solo. A sí mismo. Como con asco.

CARTAS DE GRATITUD: Mar del Plata-
La señora Eleonor da gracias a Fátima, porque después de hacerle varias veces la novenita, que le remitieron desde el Santuario, su hijo que se hallaba completamente deprimido y había sido llevado al hospital en estado de completa nerviosidad, se halla actualmente en vías de recuperación. Quiere ahora que los socios oremos, que se siente enferma y también afligida a causa de que dos personas amigas flaquean en la fe cristiana. Quiere que vuelvan a las prácticas fervorosas de la confesión y comunión. VOZ DE FATIMA, n° 23. 13 de Julio de 1975.
ATENCION: Lamento tener que recordar a muchos socios
de la Hermandad Misionera que abonen sus
cuotas. Conviene que todos se hagan cargo
de los cambios de valor de la moneda nacional.
Tenemos que animarnos a superar las
dificultades, y a que “VOZ DE FÁTIMA” siga
publicándose así como otras hojitas que han
difundido por toda la patria la devoción mariana.
¡Gracias!




I

Pero si todo/ tiene ese gusto/ a tierra húmeda/ a camposanto/ vengan los santos/ del cielo/ con gusto a mugre/ o sea con gusto a muerte/ a mugre salobre/ a tierra del cielosanto/ a campocielo,/ Todo se amucha con ese/ gusto justo ahora/ que no tengo fuerza/ y todo me fuerza/ hacia la debilidad/ hacia lo negro/ hacia la noche frágil/ hacia el mar/ de los vientos verdes/ hacia la frágil nochemar/ donde empuja el verde/ viento/ del no va más./ Se abre el cielosanto/ como un campo negro/ y por él gira vertiginoso/ el tirabuzón/ de mis escenas inútiles/ que caen mansamente/ despedazadas/ en el camposanto del/ mar muerto/ donde flotan luciérnagas/ de peces secos hirviendo/ el viento verde de/ la melancolía.

II

Pero si todo es una/ pátina violenta y sucia/ y también inútil/ un tul una nada un/ humo tornasolado/ y salado/ Sólo las lágrimas dejan/ depositado su azúcar/ con el que endulzo/ mi café/ el último café de/ mis labios con frío/ que se vuelven negros/ de rencor de fracaso/ de años y de daños/ y naturalmente/ por los corredores/ de los años anda el amor/ devorándote de atrás/ todo el riñón/ como si fuera rutina/ el quedarse/ piel y huesos desollado/ seco con ese gusto salobre/ de la nada/ y nada queda en la casa natal/ en la casa fetal/ ni un padre donde caerse muerto/ Ninguna igual no habrá/ como esa infancia volcada/ el basural el orinal/ jugada a cara o cruz// toda la vida/ a un proyecto a un amor/ a un día que no contesta.


III

Pero sí todo algún sentido/ tendrá un sí o un no claro/ en algún libro o en alguna/ sabia voz que no sos vos/ sino mirá tus manos/ y desentrañalas/ Algo están queriendo decir así de ajadas y largas/ y calladas/ incapaces de testimoniar su/ sabiduría que ha sido/ absorbida por la piel sin piel/ Hay montes allí sin viento ahora/ ríos secos que sólo conservan/ la arena de ninguna verdad y/ tampoco tu nombre dice/ sensatamente algo de alguien/ eco lejano roto de la voz/ de un cantor que siempre/ quería volver y así volvió/ como ceniza/ con la frente marchita y carbonizada/ apoyada en el farolito de la calle/ en que yo no nací.


IV

Pero sí la luz de un recuerdo/ la bengalita de una creencia/ prendida la llamita/ nadie la apaga a la loca/ nadie/ Prendidita hasta que/ de Arriba digan chau/ la ciencia de la inocencia/ de ella/ la luz de un fósforo fue/ y quemó lindo quemó todo/ lo que se puso al paso/ toda la vida mía-

miércoles, 12 de enero de 2011

80.-
PERO EL AVION DE PERON NO BAJO EN EZEIZA

Llovió unos días antes. Pero ese salió un hermoso día de sol. Calentito como para hacer un picnic en los bosquecitos. No era que la gente no los hubiera hecho igual, al contrario; desde el día anterior habían llevado sus milanesas, sus sandwichitos, sus botellas de vino; y hasta habían pasado la noche que, sí, debió ser fría, al calor de fogatas que encendieron.
Había gente de todas las edades pero, en especial, la víspera perteneció a muchachos y muchachas que no lo conocieron; para quiénes su voz o su cara eran imágenes trabajadas por años, maceradas, traídas por los padres a sus cabezas, hechas de charlas interminables, de míticos recuerdos, de libros escondidos, de viejas revistas y diarios amarillos guardados en los sótanos, enterrados en cajones en el fondo del jardín; rescatados, ahora, como trofeos, como signos de gloria, como medallas; las voces nacían del fuego, y eran cantos enormemente alegres mezclados con consignas, zambas y chacareras; algún tango, alguna balada de Sandro o de Palito. Todos estaban llenos de colores, de ponchos colorados, de risas, de abrazos y de besos. El día amaneció hermoso, sin parecerse a junio; los rastros de la lluvia se quedaron al costado del camino y en los pozos que todavía estaban llenos. ¡Pero cómo fueron llegando! ¿De dónde salía ese río interminable de pies y cabezas que empezaba a confluir, indómito, potente, inagotable, incontenible, inmenso, enorme, descomunal, borracho de fe, alegre, cantor, gritón; ese río que arrastra piedras, toscas; de Salta, de Tucumán, de Jujuy; lento, callado, esquivo y vergonzoso, de Santiago, de La Rioja, del Chaco; vienen, vienen y vienen y bajan de colectivos, de trenes, de camiones, buscando un camino embanderado que lleva al regreso de los tiempos, al encuentro con un hombre que significa todos los hombres para ellos. Y a medida que el sol sube, no hay otro silencio posible que el de ese murmullo ensordecedor de pies que golpean la tierra, el asfalto; que chapalean en el barro que ha ido volviéndose chocolate y que está arriba del camino, abajo del camino, que se queda en las botamangas, en los zapatos, en las maderas, en los bombos. Es una marcha que viene del atrás de los años; que una loca vez cruzó los Andes al mando de un generalito enfermo, desfalleciente en una mula y que dio la vuelta guerreando por América; que retorna, después, con los malones; que camina con los indios Quilmes muertos de hambre y cansancio, empujados a pata y a trompadas hasta Buenos Aires con toda su sarna y sus tristezas; vienen con la gringada de Sarmiento, meta civilización, meta barbarie; todo el cabezaje, el cabecerío, los cabecitas negras, chabacanos, colorinches, grasitas, prepotentes, gritones; vienen, forman columnas ordenadas junto a Evita, agrestes, ciudadanas; camina el Chacho, Varela, la Azurduy, junto al estudiantaje, al empleadaje, que se ha animado a traer sus chiquilines que forman parte de la generación de Pepsi, llevando banderines, cintas, banderitas; piernas y piernas, en una marcha que no tiene nada de forzada pero que, sí, es forzosa, de tanto tiempo que estuvo hirviendo en la cabeza, rompiendo corazones; los ojos adelante, y arriba, al cielo, cada tanto, moviendo los radares internos, oteando, para anticiparse al presentimiento que habrá de descubrir al avión del General, antes de verlo o escucharlo; la ebriedad de esas piernas que, solas, bailan una danza que, a poco que se atienda, es un malambo irrefrenable; el horizonte un mar de cabezas, que hace olas; de banderas, de carteles y pancartas, de sol y gritos y risas, y de hermano dame un abrazo, y ahora sí que volvió el Macho, carajo, y cómo llora ese río, la concha de tu madre, que ojos vueltos a la sombra de la memoria tiene esa vieja que va con el pañuelo anudado y que no puede con sus patas y sus años; que sin embargo marcha al lado de esos pendejos que hasta panderetas van haciendo sonar; que carajean y putean como si tiraran besos, vamos, vamos; tropa, tropa, tropa, los arrea Martín Fierro hacia el sendero, hacia el final de horizonte donde sólo hay cabezas y banderas y carteles y pancartas, pero que en algún lugar tendrá que terminar, la puta madre, para poder sentarse un poco y ordenar ese despelote en el bocho; la alegría que impide razonar, aliviar la garganta que va a quedar ronca antes de tiempo, economizar lágrimas que saltan facilongas; piernas, piernas tullidas, duras, colgando de los sillones ortopédicos también van a su sitio, empujadas por la misma energía que las sanas; ahí va la Virgencita de Luján, Ceferino, todos los mitos: la Deslinda; vamos, vamos, Y dale, macho, dale; dale, macho, dale; y dale/ y dale, y dale macho/ dale/.Dale/macho/dale macho…; ahí van todas las ambulancias disponibles, las sirenas aullando, y las piernas dibujando, obsecadas, su malambo en el barro; todas las congregaciones, las asociaciones, los centros, las federaciones, las agrupaciones, las sociedades de fomento, las cooperativas, las agremiaciones, los clubes, los frentes, las mutuales, las tendencias, las líneas; han venido, están representadas las ligas, las alianzas, las siglas; están reunidas las edades, las generaciones, los sexos, la concha de la lora, las provincias; caminan los obreros, los estudiantes, las maestras, los curas, los viejos y los niños; todos cargan un bolso, un paquetito, un diario, una cámara, un sándwich, una frazada, un sombrero, una sombrilla, una bandera, y una foto; se camina sin pausa, sin freno, sin voz y sin espinas; el río se toca en las orillas, se mira, se respira, intercambia sudores, risas, comentarios y llanto; y se avanza, se pisa sobre el agua, sobre pies, y disculpame, macho y dame un cigarrillo y tenés fuego y prestame cien mangos, y dale macho, daaaale macho… Y dale y dale y dale; dale, macho, dale; mezclados en medio de ese centro de estudiantes, de ese gremio, avanzan silenciosos mas mitos: Hormiga Negra, Moreira, Don Segundo Sombra y La Cautiva; los bombos son un trueno, un latido común del río que tiene la inmensidad de todos los tiempos de la patria, y esos tipos en pata son los Pampas vencidos, los Araucanos tuberculosos, los Charrúas exterminados, los Guaraníes, los Matacos; esa otra multitud son los judíos del Once, los tenderos llevando sus telas extendidas, escupiendo su girasol, hablando en idish; todos enfilando, encolumnándose hacia ese horizonte hirviente y mirando ansiosamente al cielo que habrá de ser tajeado por un avión, que viene volando y cantando a todo trapo “La Fuerza del Destino”. Nunca ojos humanos de esta tierra vieron semejante, tamaña multitud. Nunca se vio tanto amor junto, tanto desinterés, tanta fe, tanta esperanza concretada. Nunca oídos humanos de esta patria alcanzaron a oír gritos semejantes, cantos semejantes, anhelos semejantes. Y, al cabo, el horizonte se detuvo, por fin…
Allá, a lo lejos, había un final, un puente, el 12; estaban las banderas más grandes, las enormes, las fotos más inmensas¸ de allá partían las voces que retumbaban en los altoparlantes, con marchas, con consignas, con órdenes, consejos y viva Perón, carajo; allí vendría, se subiría a ese palco, desde allí partiría su palabra al aire , al cielo, su palabra mil veces escuchada en cintas, presentida, memorizada; todos habíamos llegado allí para ese rito; habíamos venido a recoger su verbo que era como una lanza; a ponerlo sobre nuestras heridas como un bálsamo, a llevarnos sus frases dormidas en el corazón para saber, de ahora en más, que habíamos dejado de ser huérfanos, de estar solos; escucharíamos su palabra sabiendo que para siempre había acabado el tiempo de la desesperanza, de la injusticia; llegaba para expulsar a los fariseos a latigazos, y lloraríamos todos; de alegría y de por fin. Los humanos, los hermanos; y los sueños de todos los humanos y los hermanos: los otros mitos: el Lobizón, la Mula Anima, el Yasí Yateré, el Pombero; ahí estaba, por fin, el horizonte que buscábamos; para nosotros también se había destinado un final, un lugar. Estaba hecho de banderas, de patria, de pasado, de torturas, de picana y terror; todo ese río era el testimonio de que la Patria tenía aliento, sangre, vísceras, humores y olores: había ranchos gritando, departamentos, pisos, pircas, tolderías; todos prendidos, abrojados a ese horizonte embanderado, lleno de de fotos y parlantes y de música y sirenas. Todo eso junto estaba, estaba todo el clamor. Y ocurrió , mágicamente, que ese clamor se hizo silencio, se abrió un vacío, sonó como un choque de maderitas. Un simple taca-taca . Y recorriendo, en trávelling, velozmente, esa distancia, buscando el chocar de maderitas; ese taca-taca inofensivo; buscando el orígen de ese silencio, la magia se volvió terrorífica. Un horror recién llegado partía de negros caños de escopetas itakas, de abiertas bocas de pistolas 45, de metralla, que iba a estrellarse en caras azoradas; no preparadas para volverse pánico, carrera o estampida . Para la correntada de ese río de un millón de personas que iba a volverse bestia ciega.

Y, tristemente, nadie vino al final del horizonte, a las dos de la tarde; nadie hubo que pudiera explicarlo; únicamente había llegado el blanco y pelado esqueleto del terror y fue que la sangre se empezó a volcar a borbotones, a baldazos, encima de ese río; tiñiéndolo como si estuviese sucediendo un milagro deforme…Y Moreira, y la Deslinda Correa con su guagüa, y el Lobizón, y los estudiantes, los viejos, los obreros, los chiquilines y sus padres, los indios, las mujeres, los muchachos con vincha, los poncho colorados, las zapatillas, los zapatos, las piernas, las sillas ortopédicas, como pudieron, sin ceder al horror, al desboque, con todo el llanto atragantado, en medio de ambulancias enloquecidas y aterradas, de sirenas histéricas, de gritos animales; el río ensangrentado, aullante, rebozante de aullidos; el río rojo de sirenas, de balas al boleo, como pudieron, dieron naturalmente la espalda al horizonte esperanzado; chupándose los mocos emprendieron la vuelta hacia el desierto. Confundidos, desolados, entristecidos, solos; dejaron de ser río, armaron lentos el regreso, tristes. Se volvieron un millón de unidades; cada uno cargando su muerte, su propia esperanza triturada, tomada de los pelos y alzada con dolor a ese horizonte, a culatazos; ciegos toda otra cosa que no fuera esa puntada profunda de la frustración, de la amargura, de los sueños volados en pedazos... El había sido, cuando más, un avión que pasó y arrancó un alarido de bestia, un aullido de animal contenido, allá abajo, un estremecimiento de victoria que ahora se había vuelto la noche de Ayohuma; la muerte irreparable de un río mítico; de una procesión que en la noche enciende sus fósforos, sus cerillas, sus encendedores, sus cigarrillos agrios; que semejan velas, antorchas; indiferentes, casi, a las ambulancias que pasan y pasan con las sirenas desplegadas y el rojo pabellón; llevando el angelito cada vez; y nadie canta ya coplas para los compañeros que duermen ahí dentro, en las camillas; para ellos, para esos hermanitos que se encontraron, abruptamente, con la descarnada seca sangrienta vieja cara de la realidad. Ah, sí,
Al fin, después, ya en mi casa, mirando los mohines que hace mi hijo recién nacido, escucho envuelto por una especie de neblina a mi viejo y destartalado grabador que deja escapar la entrañable voz del gran Leonardo Favio. Mi ídolo querido, el artista más grande que yo haya conocido, que canta, canta y canta: “O quizá sim-ple-men-te-re-ga-le-una-ro-sa…Oh, Oh, Ooooooh…” Pongo esa rosa sobre todas las tumbas.-ºººººººººººººººº
80.-
PERO EL AVION DE PERON NO BAJO EN EZEIZA

Llovió unos días antes. Pero ese salió un hermoso día de sol. Calentito como para hacer un picnic en los bosquecitos. No era que la gente no los hubiera hecho igual, al contrario; desde el día anterior habían llevado sus milanesas, sus sandwichitos, sus botellas de vino; y hasta habían pasado la noche que, sí, debió ser fría, al calor de fogatas que encendieron.
Había gente de todas las edades pero, en especial, la víspera perteneció a muchachos y muchachas que no lo conocieron; para quiénes su voz o su cara eran imágenes trabajadas por años, maceradas, traídas por los padres a sus cabezas, hechas de charlas interminables, de míticos recuerdos, de libros escondidos, de viejas revistas y diarios amarillos guardados en los sótanos, enterrados en cajones en el fondo del jardín; rescatados, ahora, como trofeos, como signos de gloria, como medallas; las voces nacían del fuego, y eran cantos enormemente alegres mezclados con consignas, zambas y chacareras; algún tango, alguna balada de Sandro o de Palito. Todos estaban llenos de colores, de ponchos colorados, de risas, de abrazos y de besos. El día amaneció hermoso, sin parecerse a junio; los rastros de la lluvia se quedaron al costado del camino y en los pozos que todavía estaban llenos. ¡Pero cómo fueron llegando! ¿De dónde salía ese río interminable de pies y cabezas que empezaba a confluir, indómito, potente, inagotable, incontenible, inmenso, enorme, descomunal, borracho de fe, alegre, cantor, gritón; ese río que arrastra piedras, toscas; de Salta, de Tucumán, de Jujuy; lento, callado, esquivo y vergonzoso, de Santiago, de La Rioja, del Chaco; vienen, vienen y vienen y bajan de colectivos, de trenes, de camiones, buscando un camino embanderado que lleva al regreso de los tiempos, al encuentro con un hombre que significa todos los hombres para ellos. Y a medida que el sol sube, no hay otro silencio posible que el de ese murmullo ensordecedor de pies que golpean la tierra, el asfalto; que chapalean en el barro que ha ido volviéndose chocolate y que está arriba del camino, abajo del camino, que se queda en las botamangas, en los zapatos, en las maderas, en los bombos. Es una marcha que viene del atrás de los años; que una loca vez cruzó los Andes al mando de un generalito enfermo, desfalleciente en una mula y que dio la vuelta guerreando por América; que retorna, después, con los malones; que camina con los indios Quilmes muertos de hambre y cansancio, empujados a pata y a trompadas hasta Buenos Aires con toda su sarna y sus tristezas; vienen con la gringada de Sarmiento, meta civilización, meta barbarie; todo el cabezaje, el cabecerío, los cabecitas negras, chabacanos, colorinches, grasitas, prepotentes, gritones; vienen, forman columnas ordenadas junto a Evita, agrestes, ciudadanas; camina el Chacho, Varela, la Azurduy, junto al estudiantaje, al empleadaje, que se ha animado a traer sus chiquilines que forman parte de la generación de Pepsi, llevando banderines, cintas, banderitas; piernas y piernas, en una marcha que no tiene nada de forzada pero que, sí, es forzosa, de tanto tiempo que estuvo hirviendo en la cabeza, rompiendo corazones; los ojos adelante, y arriba, al cielo, cada tanto, moviendo los radares internos, oteando, para anticiparse al presentimiento que habrá de descubrir al avión del General, antes de verlo o escucharlo; la ebriedad de esas piernas que, solas, bailan una danza que, a poco que se atienda, es un malambo irrefrenable; el horizonte un mar de cabezas, que hace olas; de banderas, de carteles y pancartas, de sol y gritos y risas, y de hermano dame un abrazo, y ahora sí que volvió el Macho, carajo, y cómo llora ese río, la concha de tu madre, que ojos vueltos a la sombra de la memoria tiene esa vieja que va con el pañuelo anudado y que no puede con sus patas y sus años; que sin embargo marcha al lado de esos pendejos que hasta panderetas van haciendo sonar; que carajean y putean como si tiraran besos, vamos, vamos; tropa, tropa, tropa, los arrea Martín Fierro hacia el sendero, hacia el final de horizonte donde sólo hay cabezas y banderas y carteles y pancartas, pero que en algún lugar tendrá que terminar, la puta madre, para poder sentarse un poco y ordenar ese despelote en el bocho; la alegría que impide razonar, aliviar la garganta que va a quedar ronca antes de tiempo, economizar lágrimas que saltan facilongas; piernas, piernas tullidas, duras, colgando de los sillones ortopédicos también van a su sitio, empujadas por la misma energía que las sanas; ahí va la Virgencita de Luján, Ceferino, todos los mitos: la Deslinda; vamos, vamos, Y dale, macho, dale; dale, macho, dale; y dale/ y dale, y dale macho/ dale/.Dale/macho/dale macho…; ahí van todas las ambulancias disponibles, las sirenas aullando, y las piernas dibujando, obsecadas, su malambo en el barro; todas las congregaciones, las asociaciones, los centros, las federaciones, las agrupaciones, las sociedades de fomento, las cooperativas, las agremiaciones, los clubes, los frentes, las mutuales, las tendencias, las líneas; han venido, están representadas las ligas, las alianzas, las siglas; están reunidas las edades, las generaciones, los sexos, la concha de la lora, las provincias; caminan los obreros, los estudiantes, las maestras, los curas, los viejos y los niños; todos cargan un bolso, un paquetito, un diario, una cámara, un sándwich, una frazada, un sombrero, una sombrilla, una bandera, y una foto; se camina sin pausa, sin freno, sin voz y sin espinas; el río se toca en las orillas, se mira, se respira, intercambia sudores, risas, comentarios y llanto; y se avanza, se pisa sobre el agua, sobre pies, y disculpame, macho y dame un cigarrillo y tenés fuego y prestame cien mangos, y dale macho, daaaale macho… Y dale y dale y dale; dale, macho, dale; mezclados en medio de ese centro de estudiantes, de ese gremio, avanzan silenciosos mas mitos: Hormiga Negra, Moreira, Don Segundo Sombra y La Cautiva; los bombos son un trueno, un latido común del río que tiene la inmensidad de todos los tiempos de la patria, y esos tipos en pata son los Pampas vencidos, los Araucanos tuberculosos, los Charrúas exterminados, los Guaraníes, los Matacos; esa otra multitud son los judíos del Once, los tenderos llevando sus telas extendidas, escupiendo su girasol, hablando en idish; todos enfilando, encolumnándose hacia ese horizonte hirviente y mirando ansiosamente al cielo que habrá de ser tajeado por un avión, que viene volando y cantando a todo trapo “La Fuerza del Destino”. Nunca ojos humanos de esta tierra vieron semejante, tamaña multitud. Nunca se vio tanto amor junto, tanto desinterés, tanta fe, tanta esperanza concretada. Nunca oídos humanos de esta patria alcanzaron a oír gritos semejantes, cantos semejantes, anhelos semejantes. Y, al cabo, el horizonte se detuvo, por fin…
Allá, a lo lejos, había un final, un puente, el 12; estaban las banderas más grandes, las enormes, las fotos más inmensas¸ de allá partían las voces que retumbaban en los altoparlantes, con marchas, con consignas, con órdenes, consejos y viva Perón, carajo; allí vendría, se subiría a ese palco, desde allí partiría su palabra al aire , al cielo, su palabra mil veces escuchada en cintas, presentida, memorizada; todos habíamos llegado allí para ese rito; habíamos venido a recoger su verbo que era como una lanza; a ponerlo sobre nuestras heridas como un bálsamo, a llevarnos sus frases dormidas en el corazón para saber, de ahora en más, que habíamos dejado de ser huérfanos, de estar solos; escucharíamos su palabra sabiendo que para siempre había acabado el tiempo de la desesperanza, de la injusticia; llegaba para expulsar a los fariseos a latigazos, y lloraríamos todos; de alegría y de por fin. Los humanos, los hermanos; y los sueños de todos los humanos y los hermanos: los otros mitos: el Lobizón, la Mula Anima, el Yasí Yateré, el Pombero; ahí estaba, por fin, el horizonte que buscábamos; para nosotros también se había destinado un final, un lugar. Estaba hecho de banderas, de patria, de pasado, de torturas, de picana y terror; todo ese río era el testimonio de que la Patria tenía aliento, sangre, vísceras, humores y olores: había ranchos gritando, departamentos, pisos, pircas, tolderías; todos prendidos, abrojados a ese horizonte embanderado, lleno de de fotos y parlantes y de música y sirenas. Todo eso junto estaba, estaba todo el clamor. Y ocurrió , mágicamente, que ese clamor se hizo silencio, se abrió un vacío, sonó como un choque de maderitas. Un simple taca-taca . Y recorriendo, en trávelling, velozmente, esa distancia, buscando el chocar de maderitas; ese taca-taca inofensivo; buscando el orígen de ese silencio, la magia se volvió terrorífica. Un horror recién llegado partía de negros caños de escopetas itakas, de abiertas bocas de pistolas 45, de metralla, que iba a estrellarse en caras azoradas; no preparadas para volverse pánico, carrera o estampida . Para la correntada de ese río de un millón de personas que iba a volverse bestia ciega.

Y, tristemente, nadie vino al final del horizonte, a las dos de la tarde; nadie hubo que pudiera explicarlo; únicamente había llegado el blanco y pelado esqueleto del terror y fue que la sangre se empezó a volcar a borbotones, a baldazos, encima de ese río; tiñiéndolo como si estuviese sucediendo un milagro deforme…Y Moreira, y la Deslinda Correa con su guagüa, y el Lobizón, y los estudiantes, los viejos, los obreros, los chiquilines y sus padres, los indios, las mujeres, los muchachos con vincha, los poncho colorados, las zapatillas, los zapatos, las piernas, las sillas ortopédicas, como pudieron, sin ceder al horror, al desboque, con todo el llanto atragantado, en medio de ambulancias enloquecidas y aterradas, de sirenas histéricas, de gritos animales; el río ensangrentado, aullante, rebozante de aullidos; el río rojo de sirenas, de balas al boleo, como pudieron, dieron naturalmente la espalda al horizonte esperanzado; chupándose los mocos emprendieron la vuelta hacia el desierto. Confundidos, desolados, entristecidos, solos; dejaron de ser río, armaron lentos el regreso, tristes. Se volvieron un millón de unidades; cada uno cargando su muerte, su propia esperanza triturada, tomada de los pelos y alzada con dolor a ese horizonte, a culatazos; ciegos toda otra cosa que no fuera esa puntada profunda de la frustración, de la amargura, de los sueños volados en pedazos... El había sido, cuando más, un avión que pasó y arrancó un alarido de bestia, un aullido de animal contenido, allá abajo, un estremecimiento de victoria que ahora se había vuelto la noche de Ayohuma; la muerte irreparable de un río mítico; de una procesión que en la noche enciende sus fósforos, sus cerillas, sus encendedores, sus cigarrillos agrios; que semejan velas, antorchas; indiferentes, casi, a las ambulancias que pasan y pasan con las sirenas desplegadas y el rojo pabellón; llevando el angelito cada vez; y nadie canta ya coplas para los compañeros que duermen ahí dentro, en las camillas; para ellos, para esos hermanitos que se encontraron, abruptamente, con la descarnada seca sangrienta vieja cara de la realidad. Ah, sí,
Al fin, después, ya en mi casa, mirando los mohines que hace mi hijo recién nacido, escucho envuelto por una especie de neblina a mi viejo y destartalado grabador que deja escapar la entrañable voz del gran Leonardo Favio. Mi ídolo querido, el artista más grande que yo haya conocido, que canta, canta y canta: “O quizá sim-ple-men-te-re-ga-le-una-ro-sa…Oh, Oh, Ooooooh…” Pongo esa rosa sobre todas las tumbas.-ºººººººººººººººº

lunes, 10 de enero de 2011

79.-
¿Qué era el terror cuando éramos chicos, Mariano? Un mazacote,¿no?...Quizá no pasar, de noche, por la casa de Quinteros, camino al cementerio por esa flaca callecita de tierra, porque se sabía que la casa estaba asombrada. Es decir, que había sombras de difuntos a su alrededor. Sobre todo sería no ver el paraíso que estaba en el patio, porque de una de sus ramas más fuertes se había colgado una mujer, hacía años. Decían que, de noche, todavía se escuchaba cómo se ahogaba, igual que el llanto persistente, tenaz, de un chiquito que era su hijo y que seguiría llamándola, inútilmente, por años. Decían.
¿Sería eso?... Tal vez no ir nunca al arroyo Magariños en sulky, porque los caballos seguramente se espantarían al cruzar el arroyo de Las Calaveras, justo en el puentecito, porque seguro alguna sombra se te sentaba al lado, o viajaba junto a vos por leguas y leguas,al costado, montada terriblemente muda en un caballo también muerto. Entonces todo el silencio del campo te asfixiaba volviéndose un poncho helado. Quizás sería no contestar, paralizado, el silbido llamador del Pombero en la siesta; o salir un viernes a la noche, más allá de las luces del pueblo, porque el Pataco, o cualquier otro, podría cruzarse ya hecho lobisón. Quizás…
Ahora, adultos como somos, todo se ha vuelto distinto; estadístico, administrativo. A lo mejor una cosa más concreta, más real; a lo mejor una gelatina, una baba, un sudor, que está hecho de sirenas nocturnas, inexplicables, llamadoras de Ulises; de hijos dormidos, y puertas rotas a patadas y culatazos, y gritos y cabezas reventadas y manos cortadas y cuerpos mutilados, o volados; enterrados a setenta centímetros del suelo; casi con alguna mano todavía crispada asomándose entre los terrones; sin nombre, probablemente vendados los ojos, y la boca aun horriblemente abierta, ahogada por el último terror lobisón y pombero y la tierra, toda, asombrada; tatuada íntegramente por quemaduras; quizá está hecho de llantos desgarrados de mujeres o niños que vanamente esperarán a un hombre, a un muchachito; que será una ausencia terrible cruzando el puentecito del arroyo Las Calaveras, algunas horas, algunos días, y luego una certeza arrojada a un baldío, a un basural, donde quizás haya un paraíso; tal vez un llamado telefónico, un anónimo, una amenaza; quizás lo llevemos dentro como una lepra porque no somos más que débiles personas; débiles pedazos de carne colgada y solamente sea eso; ¿no te parece, Mariano?, una negra y viscosa y repulsiva cobardía y que el terror realmente no exista, no viva en ninguna casa, en ninguna parte; que esa demencia de la muerte, ese enamoramiento de la sangre, no sea más que cordura y seguridad: una vieja palabra sin sentido. La seguridad de bien comidos, con toda la estantería perfectamente ordenada, el título colgando en la pared y el dentífrico apretado desde abajo. Quizá sea no entender. No entender nada. Un mazacote.
No haber entendido nunca el sentido lesbiano de la vida y la muerte; no haber entendido si la muerte, no haber entendido si la muerte a mansalva tiene el mismo significado de que Monzón sea el campeón mundial de los medianos para nosotros, los medianos; no comprender que aunque alguien esté aullando ahora mismo porque la corriente le rompe los testículos, siempre será maravilloso escuchar a Gardel cuando dice que vuelve con la frente marchita; y eso aunque todo se marchite; aunque todo se muera. Igual va a haber gente amándose como enloquecida en una cama; llenos de jugos; a punto de desmayar por tantos besos. Es que el terror es el hijo mogólico de la vida, Mariano; de ese feroz amor a la vida. Sólo que alguna gente es diferente. Ama a la vida de torcido por medio de la muerte, me parece. Y quiere que la ames de tal modo que llega a quitarte la tuya, si es preciso. Y para que descubras el sentido del amor humano, no vacilará en apretar un gatillo. Te matará amorosamente en tu propia cama, en nombre de Dios, si hace falta, para que comprendas; aunque trates de aceptarlo con dignidad; aunque te cagues encima de terror, aunque llores implorando clemencia, aunque tus hijos o tu mujer aúllen. Quizá sea natural, quizá no exista el terror, ché, y sólo esté en nosotros, los medianos, o sea una categoría del entendimiento perimida. Si no pensás en él, no existe, macho. La única verdad es la realidad y viceversa. Quizá no exista nada, Mariano. Ni la felicidad-á-á-á-ád ,que me da tu amo-o-o-o-or. No pensés más. O sino, tirate al río en la parte más profunda porque no sos capaz de ver nada por la curda que, al final, termine la función; o la pampa que, mirala, es un verde pañuelo bordado de trébol, cerquita de Dios.

jueves, 6 de enero de 2011

78.-
PAPÁ: ¿Sabés a quien mataron de cuatro tiros?
YO: ¿A quién
PAPÁ: A Cachimba.
YO:¿A Cachimba?
PAPÁ: Sí…pobre hombre…joven; con un hijo hermoso…Pobrecito el gurí.¿ Vos sabés que él solito le atendía el negocio? Hacía poquito que lo había agrandado.¡Uuuyyyy!...El gurí solo le atendía la despensa; solito. Así Cachimba podía seguir con la carnicería. ¡Cuatro tiros!...¡Qué barbaridá!...Por la mujer fue, ché; una porquería…¿Te acordás que lo dejó?...¿Que se le fué con un camionero?. ¿Te acordás d’él?
YO: Sí, papá.
PAPÁ: Bueno; ahora quedan solos el muchacho y la gurisa, qu’es más chica.¡Qué barbaridá!...
YO: Así que Cachimba…¡Qué barbaridad!

Un sello sobre la almohadilla. Una hilera de formularios. ¡Una máquina de calcular!...Mi mano sella como una guillotina. Mi mano anota fechas, y sello sobre la cara del muerto. La miro y no parece pertenecerme. Hubo una época en que mi cuerpo y yo coincidíamos. Alguien ha matado a alguien aquí. No hace falta nombrar al delincuente. Y mi mano, pobrecita, incapaz de ser dueña de sí, escribe, pelado. Mi mano sella como si cegara cabezas.

PAPÁ: ¿ Sabés quién murió de cáncer, pobre hombre?...
YO: ¿Quién?
PAPÁ: Carrasco.
YO: ¿Carrasco?...
PAPÁ: Sí, Carrasco. ¡Carrasquito!...¡El mozo del club!...¿Te acordás? ¡Qué barbaridá!...Un hombre joven todavía. Ni cincuenta años, carajo…Dos hijos tenía. ¡Qué barbaridá, mi amigo!...
YO: Sí. ¡Qué barbaridad, viejo!...

__Bueno, pa…hasta aquí llegamos.
__Sí, m’hijo; yo sabía que esto estaba terminado. Así debe ser, nomás…
__Antes de dejar, quiero decirte, otra vez, que te amo como a nadie.
__Lo sé, m´hijo. Yo también. Me hiciste muy feliz.
__¿Te parece que nos encontraremos alguna vez?...
__Andá a saber.
__Te mando un beso.
__Otro mío, hijito. Chau.
__Chau, papi.

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