39.-
Sentado, suma y sigue. Y anota y verifica. Rutinariamente números, anónimamente números en la heladería de Singer para ver cine en un salón improvisado. Todo empezaba los domingos a las dos de la tarde. El judío dejaba de vender helados por un rato y se paraba delante de la puerta de entrada del salón, con la mano extendida. Valía veinte centavos la entrada y todos íbamos pasando, depositando la moneda que tenía la figura de la Patria con el gorro frigio. Nunca faltaba un vago que, cuando ya había empezado la película en episodios, le pegaba en la palma repleta y volaban monedas por todos lados. No te voy a contar cómo se amontonaban a juntarlas en la oscuridad y las maldiciones en idish de Singer. Allí vi Wilson de la Armada, Flash Gordon, el Durango Kidd, una de la policía montada que no me acuerdo cómo se llamaba. Ah, sí: Casaca Roja; todos los Carlitos, Marte invade la Tierra y una en la que el muchachito quedaba aprisionado en una celda sin ventanas y el techo que empezaba a bajar hasta aplastarlo, dejándonos con la angustia y el sudor frío hasta la otra semana; o sino, lo que bajaba eran unos pinches impresionantes que iban a atravesarlo junto a la muchacha igual que a chorizos; o él, que caía al río infestado de cocodrilos atado como un matambre, Amelia, y te dejaban justo cuando el más grande abría sus fauces gigantescas y se venía a doscientos por hora a partirlo en dos; pero lo más lindo era el otro domingo volver a hacer la cola y especular cómo iba a salir de la trampa y verlo, luego, removerse en el fondo del río, a través de los globitos del agua; de qué modo iba sacando el cuchillo, cortaba las sogas y agarraba una tremenda astilla de tronco que alcanzaba a colocar, justo, en la boca abierta del bicho que después se retorcía como un marrano y nosotros que aplaudíamos y pataleábamos y gritábamos ¡Bieeeeeeeeennnn!..., eso cuando no pataleábamos porque la peli se cortaba en el momento más dramático y dale que dale a las patas entonces, rítmicamente, cantando a coro “ pan fran-cés”/”pan fran-cés”, andá a saber por qué; qué tenían que ver los panes con la proyección interrumpida, pero meta “pan fran-cés” nosotros, y silencio, carajo, gritaba Singer¸y se volvía un escándalo ese cine entonces; volaban pastillas y caramelos a diestra y siniestra; balas perdidas que iban a rebotar en alguna cabeza, pelada casi siempre, y ni te cuento si había una pareja que había aprovechado la matinée para rascar. Pero más que nada éramos todos chicos que no pasaríamos de los diez, así que el griterío era insoportable, pero nunca tan fuerte como cuando se habían equivocado de episodio y traían uno salteado; porque lo daban antes en Villaguay y caían al pueblo con las latas un rato antes de empezar. Así que no tenían ni tiempo de revisar la película o de arreglarla si estaba cortada; para no hablar del quilombo que se armaba si el ómnibus con las latas se demoraba por alguna pinchadura o porque había llovido y estaba empantanado.
Sentado, suma y sigue. Y anota y verifica. Rutinariamente números, anónimamente números, como miles, cientos de miles en este instante de mucho frío en la calle, y el viejo Singer; y todos los abrigos encima, las bufandas, números, y suma. Verificar si está bien descontado, sellar y pensar en el frío, las trompadas de Wilson de la Armada, número, de mucha gente ahora, número, tiritando casi, el cocodrilo y los globitos del agua, en el frío, en el desamparo, número, el descampado de la plaza de Mayo al cruzarla todos los días y número, con esa casa enorme dando la espalda al río; Flash Gordon, en el frío, descampada y número, con sus dos balcones vacíos ahora por la ausencia del muerto; volando las monedas por el aire, ante esa plaza, número, de palomas con frío, sin el gran muerto, pero el muchachito salvándose; mirando el caserón rosa de los grandes días, los domingos a las dos de la tarde, y esa plaza que cruza diariamente junto mucha gente, a tanta gente, número; esperando la señal del semáforo que haga aparecer al hombrecito blanco, para sentarse y sumar, siguiendo y anotando, verificando números anónimos, anónimamente, desde un escritorio que se sacude como un trampolín, arriba del cuál está Marianito. Ah, sí, Amelia; buscando el sueldito que ya sabés, para los hijos sobre todo, ¿eh?, ¿será por eso?...,viniendo de todos modos a atorarme con números, cada día, “pan fran-cés”, calladito. ¿Qué puedo hacer, Amelia, con mi costumbre de mejor alumno, querés decirme? ¿Para qué el Cuadro de Honor del colegio y las palmaditas en la espalda?...Todos caminan en el frío atravesando ese espacio, y el colectivo con las películas, destartalado, trata todavía de salir del pantano.
¿ Viste cómo el silencio
pasa por un colador helado y
nada queda enganchado en su fondo;
ni una rama, ni una hoja?
¿ Pero viste, piba tristona, de qué modo
el calor de ese viento que nace de
nuestra muerte diaria lo corroe y
lo herrumbra?
¿ No habremos sido una especie de traidores para con
esa agua dulce que recogimos un verano?
¿ Para qué un tamiz roto?...
Pasos vacíos. Ruido inútil.
Tarde de llovizna; cuerpo de aceite.
Uno más entre la gente. Sin placenta.
Cae la llovizna. Una garúa monocorde, tul. Los árboles inmensos, oscuras formas que emiten sonidos extraños, como de roce de papeles o del arrastrarse de un vestido de cola, con Zully Moreno y Arturo de Córdoba. Cae la llovizna, Amelia. Acorde. No hablan ahora, doblan en Zabala y Tres de Febrero hacia la derecha. Los adoquines brillando mientras se miran caminar. Los pies, escapados de los cuerpos, van solos, delante de ellos, que se atrasan pensándose. Cada tanto eluden los charcos de las veredas y garúa monocorde, te dije. Un tul que mueve el viento. Incansablemente han recorrido esas calles calladas que, a veces, sólo por las noches se entregan. Estuvieron boquiabiertos y callados ante la Casa del Ángel y recordaron la película; él y la casa generaron un código desde la adolescencia, falso ahora; el libro en la Fráter y ese ángel estúpido que ven. Inútil querer hacer aparecer a las viejas figuras convocadas, puro cartón. Y, no obstante, largo rato en la verja que da a la calle Cuba. Eso hasta que se detuvo un auto negro y bajaron dos personas, fuera del libro. Una pareja. Sintieron vergüenza, como si hubiesen sido sorprendidos y, sin darse vuelta hasta doblar la esquina, iniciaron como una huida. Ah, sí; escapo como para que no me descubran inocente todavía, Amelia. ¿ Y vos?
__Unos viejos.
__No son tan viejos__dijo Amelia.
El hombre abrió el portón. Atravesó el jardín seguido por la mujer. Abrió la puerta de madera reluciente y los dos se perdieron en otro país. Desde afuera, las persianas cerradas clausuraban el libro, todo contacto. Las plantas, esas hiedras de la Casa del Ángel, la película.
__Pensar que antes entraban en coches de a caballo. ¿ O será macana ? ¿ Y el tapial por donde se asomaba Elsa Dániel?...
__Vamos a dar la vuelta__propuso Amelia.__Yo me acuerdo de las comidas en la película. La ceremonia. La parada. Igual que en lo de la madre de Finita; así decía ella que eran. ¿ Nunca te conté?
__No.
Enredados en el tul de la garúa , el susurro de los árboles no es tétrico ni tiene fantasmas. Las casonas son sombras; apenas un punto de referencia. La caminata, hoy, es distinta. Se parece a otra que hicieron una noche, hace diez meses; la solemnidad, hace diez meses, Amelia, cuando te conocí.
Ronco me vuelvo en la harina de
la lluvia, llamándome;
perro empapado, sin techo; atravesado
por el cuchillo del frío.
Ah, sí. Hablé del miedo y del paso del tiempo como una necesidad por mi rotura. Hablé como un cristal quebrado. Vos hablaste de mis defensas y mis diques. El amor es…no sé qué es; una…una manera de compartir la soledad, ¿no?, pude haber dicho. Mucho Sartre, ché. Y también algo acerca de la dignidad de callarse, seguramente. Siempre digo esas cosas que impresionan, pero que son medio pelotudas. Vos hablaste de notas que suenan al unísono. Dos pianos. Luchábamos a brazo partido con la cursilería y, está bien, lo fuimos. Éramos pichoncitos. Pero nadie podía convencerte de que se está solo. Ah, sí. Tiraron redes, especularon con sus vidas; sacaron cuentas. Hubo cosecha. Es como un tul, dije, mientras caminan lejos de la Casa del Ángel.
__¿ Qué te pasó anoche, Mariano?
__No sé. No importa.
Sacó un cigarrillo y, sin necesidad de iluminarla con el fósforo, supo que no dejaba de mirarlo.
__No sé, Amelia. ¡ Uf, qué se yo…estoy mal…! No me des bola.
Hablaste de tus límites; de los bordes de tu paciencia, que ya estaba siendo un encaje delicado, resistente, y largo como la garúa. No puedo seguir viviendo así, Mariano, pendiente de tus silencios; tejiendo el encaje de mis resentimientos, el tul de la garúa, enredados en el acorde, sin decir una sola palabra,¿ qué soy yo? ¿qué soy?, sacando la hebra interminable de la paciencia, tejiendo tus silencios inacabables: tus caras cerradas con siete llaves, caminando la garúa de Belgrano, en esta noche de ladridos y de hojas que susurran, ¿ qué vengo a ser yo, Mariano? Mi diamante, Amelia. Sos mi diamante. Pero__...dame un poco de tiempo…, de verdad. Dejá que pase, que se me aclare este quilombo__dije.
__Vos lo único que querés es estar solo.
Qué cosa las palabras. Es un misterio la verdad del sonido. Penetran la carne igual a un cuchillo; rajan, la hacen reaccionar como en un acto reflejo si salen en el tono justo, con el peso adecuado. Amelia dijo “solo” y llegó la ola enorme, rugiente. Y en su brillante espuma flotaban todas juntas las cosas; la adolescencia, alguna siesta, Marcela que también tuvo que amarme y me dejó; y el verano, también. Todo resplandecía incandescente, arrastrado en la espuma venida con la palabra “solo” y rompía en la costa de mi vida. “Solo” también podía decir sin vos, Amelia. Y el mar; también el mar, Amelia.
__Perdoname, amor. Yo….no sé…las palabras. Nunca sé decir exactamente lo que quiero; odio las palabras, son falsas.
Amelia lo besó, pero con los ojos abiertos. En plena calle, una noche del año 66.
Ay, pero dónde acaba este mar sin playas,
sin sombras…
Nadar los días y todas sus noches,
sin tierra donde echarse;
bracear, seguir y bracear; sin agua salobre,
bracear,
o pan crocante.
Ay, pero dónde ir
qué voces sonarán como una fogata en el frío.
Ay, dónde, dónde.
Únicamente el cielo blanco como un metal.
Sólo el cielo construye lo callado.
Sin saberlo, el hombre nada hacia una garganta espumosa.
Totalmente verde en el abismo.
Datos personales
- carlos lagos
- Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-
La Tierra del Arca
Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
ARTE TEXTIL
Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-
lunes, 2 de agosto de 2010
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