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Pero qué cosa, pensó. Sin saber el significado de esa partida; pobre viejo. Ayudaba a atar el paquete que iba a treparse al montón de bultos, esperando al costado de la puerta. ¿ Cuántos años vivimos ahí, los cuatro? ¿Cuántos? El departamentito vacío parecía más insignificante; todavía conservaba el olor a grasa de los bifes a la plancha que lo impregnaba todo. Innumerables noches hacinados, las camas abiertas adueñándose del espacio entero, y papá pasando dos o tres veces por la noche, con esa manera resignada de arañar el piso con las pantuflas, con esas chancletas viejas que tenía, camino a encerrarse en el bañito; alumbrándose con una linterna para no despertar ni chocar a nadie; para no molestar, y el ruido al orinar cuando destapaba el cañito de plástico que le salía de la panza. Ahora que se completaba la mudanza, ¿ qué haría allá mamá? Probablemente cómoda como siempre, ya instalada en la nueva casita alquilada de Uruguay, rajándose pronto de aquí, sin ayudarlo; ya tranquila, en el reino milenario, pero seguramente tensa, esperando la llegada del viejo. Nada más que esperando. Como toda la vida; siempre esperando cosas de los otros. Indiferente absoluta a estos preparativos que, sabría, estaban ocurriendo aquí. Deseando que todo lo termine otro, que alguien se hiciera cargo, no ella, claro. Fría a todo lo que no fuera esperar como una leona en la oscuridad; como si la partida del viejo y de las cosas, no fueran su problema. Dura, una roca. Una mierda. Dejando estacionar el vino de su egoísmo; rígida, aun, por haberse fugado; por supuesto sin despedirse de Mariano, ni de Amelia, ni de su nieto. Incapaz de vencer su orgullo absurdo y obstinado, venciéndonos a todos; como si llevara una escarapela de resentimiento clavada en el centro del pecho. Sin importarle un carajo que Amelia haya tenido unos días antes que abortar, por exceso de líquido en su vientre, dos nietos posibles que nacieron muertos. ¡ Cuánto tiempo pasó desde que los induje a venirse de Uruguay!... A estos viejos tan diferentes. Fue una vana ilusión de reconstituir la familia, de trenzar afectos, de romper el ñandubay, el espinillo que crecía entre nosotros. ¿Cuánto, cuánto, desde el principio de mi insistencia?
__Ya, nomás, va a venir el camión.__dijo el Pelado, como diciendo: bueno, m’hijo,
llegó el momento; me voy.
__Ahá.__musitó Mariano.
Todo quedaba escondido entre los escombros de esos dos hombres; no dicho. Atenazados por la mudez. Podía leerse el afecto en actos intrascendentes y sencillos como ese de haber venido temprano para bajar la antena del televisor de la azotea, porque el viejo ya no podía trepar cornisas que estaban a siete u ocho metros de la vereda, a los sesenta años. En eso. Tareas que eran como una obligación moral para el más joven que, apenas, andaba por los treinta y, para más, era su hijo. Había que desarmar pacientemente la antena de aluminio, con mucho cuidado, como si se tratase de la tarea más importante de la creación. No fuera que el amor, papá, se escapase de algún modo, si violentamente, peor. A fin de que todo pudiera tomarse con una aparente naturalidad. Como si fuera normal que el padre de uno se fuera para siempre y ,para colmo, vencido irremediablemente. Esta sería, seguramente, la última vez que lo estaba viendo. Que te veía, papito. Así es que en lugar de atreverse, o de obligarse a decir siquiera, por una vez: papá, te quiero, te quiero, viejo; siempre te he querido sin límites y no me importa nada tu fracaso que tanto te daña. No me importa, te quiero tanto, viejo mío. Mariano se esforzaba con el destornillador; dale y dale a los tornillitos, bajo el sol que atravesaba la terraza, derritiendo la brea. Por un momento dejó de atender y se paró a mirar alrededor los picos de los edificios; de esa ciudad mugrienta, emergiendo a diferentes niveles frente a sus ojos, significando alguna cosa o un carajo. Buenos Aires, mi tierra querida, escuchá mi canción: la reputa madre que te parió.
__Bueno, m’hijo…__dijo el viejo, suspirando; y lo besó. Él sintió su carne rugosa y la barba que pinchaba. También cierto olor a traspiración, agrio, que se escapó de alguna parte, al abrazarlo. Pero ese era el olor de su padre, carajo, que se iba.
__A ver si escribís, Marianito. Y vayan, ché, en el verano. Con el nene, ¿eh?...
__Sí, papá. Vamos a ir; quedate tranquilo. Bueno…Chau. Que ande todo bien.
Esas palabras. Las palabras, qué mentira. Ninguno quería dar a entender que mentía. Los dos aceptando la ficción, la fricción. Que nunca, o casi, iría a verlos; que, definitivamente, se había roto un equilibrio.
Con el pretexto de andar “muy escaso” de tiempo, pa, se fue antes. Cobarde. Incapaz de soportar verlo subir cosas viejas y conocidas al camioncito. Siguió pareciéndole aparentemente natural bajar esa escalera por última vez, como si fuera hasta el quiosco a comprar cigarrillos, a pasos rápidos. Como obligándose a llegar a tiempo a alguna cita inexistente. Claro, m’hijo, claro; andate que vas a llegar tarde. Chau, m´hijo. Y se sacó, como de un manotón, la imagen levemente ridícula (¿quién era el ridículo ahí?) del viejo, ansioso y cohibido. Un elefante regresando al sitio final, integrándose, como un bulto más, a esa pila que ahora que bajaba por la boca del subte, se perdería dentro del camioncito de mudanzas. Un viaje que no se detendría hasta otro día en que recibiría un telegrama horrendo y lacónico. Algo que, desde hoy, no tendría más remedio que empezar a esperar. Como si eso fuera todo. Y lo era.
Comprendió que podría ponerse a llorar sin control, a gritos y alaridos, delante de toda la gente que viajaba; de todo ese frío vagón, ahogado de amor por ese anciano desvalido y, sobre todo, tan solo.. Tan sólo un viejo más entre tantos, papi. Entonces desdobló “La Opinión” y leyó la nota sobre la renuncia de Paladino y el futuro de “La Hora del Pueblo”. Volvía a sentir su respiración normalizada, todo sujeto a normas civilizadas. Entonces pudo mirar tranquilamente a los ojos de esas caras lejanas, cobrando cierta vida cuando entró un nuevo tropel en Pueyrredón y el subte abrió sus fauces; sus fosas.
__Sospecho que ya se fue__le dijo a Amelia. Y ayudó un poco a ordenar el dormitorio, a lavar los platos sucios de la noche anterior. En silencio.
__¿Qué te pasa?__preguntó ella, tratando de dar otra cucharada al chico que se resistía y luchaba en su silla, llorando, de golpe, por cualquier cosa; señalándolo con su dedito, a veces dando besos a nadie.
__No sé__. Miraba hacia fuera, obligándose a interesarse en los colectivos que pasaban; en el modo en que pegaba el sol, a mediodía, sobre el paraíso ya lleno de hojas verdes; también en la tierra que se depositaba en los bordes de la ventana que daba a la calle.
__Tengo que limpiar los vidrios. Es un desastre__dijo, empujado por el automatismo.
__Pa-pá__silabeó el chico, sonriendo.
__¿Qué, mi vida?...
Sabía que no tendría respuesta; como también podía no saberlo ese viejo que, ahora, terminado de cargar todo, se achicharraba no en el camión, sino en un colectivo andrajoso, bajo el sol fuerte de Octubre; traspirando a mares dentro del horno de metal o, a lo mejor, durmiendo con la boca abierta donde alguna mosca investigaría tranquila y segura; o hablando con el compañero de viaje, ya absolutamente rendido a su simpatía espontánea y arrolladora.
__Deben estar cruzando en la balsa.
Le vino la isla a la cabeza; los talas, y el olor del agua. Eso quería decir, únicamente, el camino a casa. Algo vago, indefinido; infinitamente falso en la memoria, pero solamente esos talas, esos espinillos, esas matas de carqueja, o el río, eran el camino al origen, donde papá retornaba a esperar la muerte.
Humildísimo, conmovedor en su simpleza. Algo que él no tendría valor, llegado el momento, de hacer nunca.
Una cara inventada, puro humo y neblina, se formó en su cabeza para personificar al compañero de asiento del viejo. La cara reía afectuosa para con esa voz del Pelado que oía, nítida, hablando cada vez más fantasiosamente de su vida y esos sitios, con una verdad más real que la auténtica. Ahí estaba brotando a cataratas esa energía, imparable, de su padre. Con ella había enamorado a su mujer y enamoraba, todavía, a pasajeros desprevenidos. Subía y bajaba en infinitos tonos de mil registros, graves y agudos, encajándose en acordes perfectos que, poco a poco, lo desbordaban, lo conducían a curvas velocísimas, y se iba emborrachando con una realidad recién cocida en su horno que se volvía maleable, totalmente gobernable a su arbitrio, como si fuese un dios; encastraba hechos y cosas en el paisaje; frases sueltas, desarmaba recuerdos y los traía según los necesitara en su plan de vertiginosa fascinación. La mirada se hacía húmeda y clara; la boca se relajaba y creaba sonrisas cada vez más satisfechas; era cuando se acercaba a la perfección. Cuando sus pies se separaban definitivamente del suelo y mi viejo querido levantaba vuelo. Entonces, Chagall lo pintaba, así, volando. No necesitaba a nadie. Se bastaba a sí mismo; se soplaba su barro, nacía, ¿eh, Mariano?...Algo que jamás pude conseguir. Pa-pá.
__Comé.¿No tenés hambre?
__¿Eh?...
__Comé. Está frío todo. Después protestás__dijo Amelia. Y agarró al nene.
Lo acostó. Le sacó los pañales cagados. Y Mariano sentía que el ardor, lo paspado, seguía intacto entre sus nalgas.
Soy “el panadero” de la infancia
que vaga por el aire
a empujones de viento;
pronto a caer en cualquier
charco, o morir
en las manos cerradas de
otro niño que juega.
Y pueden ser las tuyas
hijo mío.
Datos personales
- carlos lagos
- Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-
La Tierra del Arca
Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
ARTE TEXTIL
Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-
miércoles, 29 de septiembre de 2010
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