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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

jueves, 21 de octubre de 2010

67.-
__¡Carrasco!...Traeme un detergente; ponele mitá Lusera y mitá Crush__El Gringo se
tiró para atrás apoyándose en la silla, haciendo equilibrio en el corazón
de la vereda del club Sportivo.

La cuneta estaba sucia, todavía, de gotas salpicadas por el camión regador en el fin de la tarde. Alhajas negras, al costado de la única calle asfaltada del pueblo.
__A mí un Gancia, ché.
__¡Te va a dar Gancia tu padre, mocoso e’mierda!...__dijo Carrasco, sonriendo. Tieso
en su saco blanco de mozo; los pocos pelos que le quedaban, bien parados.
__¡Qué lo parió!...__volvió a repetir el Gringo. Y gritó porque el mozo se alejaba:
__¡Carrasco, traé manises!...
Después escupió , sacó un Américan Club Extra, lo encendió, pitó y reflexionó de nuevo filosóficamente:
__¡Qué lo parió!...
Paladearon la bebida.
__¿ Por qué no tomás detergente, Flaco?
__Porque no me gusta. Me quedo con el Gancia solo. Si fuera con Coca-Cola…¡No
sabés lo que es eso!...Yo la tomé en Córdoba, cuando era chico. Es bárbara.
Con Coca se podría cortar bien el Cinzano, pero qué mierda va a llegar acá, a este
pueblo podrido.
__Entonces, jodete.__Se metía puñados de maníes en la boca.
Hacía calor. La ropa se pegaba al cuerpo. Y tal vez porque eran los primeros, los
primeros pantalones largos de Mariano. No podía acostumbrarse al roce, a la tela áspera.
Hacía calor, eran las diez y pico de la noche y estaban traspirados después del entrenamiento de basquet.
__¿ Vamos a lo de la Angélica, ché?...
__¿Los dos?
__¡Y claro!...
__¡Pará, pará!...vamos adentro; así hablamos en el Conejo; está jugando al casín.
O con Roberto.
__No; dejame de joder. Ese boludo no va.
Mariano terminó el Gancia sorpresivamente.
__Gringo…
__¿Qué?
__..no tengo guita.
__Yo tengo, dejá. No te calentés.
Asunto terminado. Había que ir.


Desde una hoja vacía se puede partir hacia el universo.
Pero las palabras construyen una mujer inalcanzable y
difícil de seducir.
La hoja tiene la palidez de la soledad.
El lenguaje una víbora envaselinada.
Un tigre camina dentro de la jaula del pecho. Un tigre.
Se pueden escuchar ecos de voces inalcanzables.
Burlándose.
Resonando en una bóveda hecha de hielo y metales.
Entonces el poeta, boca arriba, cae en el centro del desierto.

Y espero que descienda sobre la ciudad con un calor de más de cien años la hora de la mugre y la murga, en los subterráneos, y desplomarse por un precipicio de rostros y de rastros como otro piojo más.
Solo

Con los dientes abiertos por donde chorrea la pegatina de otro día inútil como son todos los de un traidor. Aun debo llegar y mirarla dignamente a ella que todavía ama en mí lo que falta para ser desertor. Amelia. Este gusto en la saliva. Este silencio. Las palabras qué juguete rabioso. Caminar. Escuchar el ruido de los pasos, o sus ecos__lo que es peor__; mirando las líneas paralelas del piso de madera. Sentir el viento que echan los cuerpos al cruzarse en invierno, ahora sin nada para decirse.
Ah, sí. Quizá fue necesario. A lo mejor. Que naciese mal en la pieza de una casa de pueblo; no se nacía en hospitales por el año 41; la vianda de hotel que Isidro iba a buscar, calentita; con la sopa religiosamente y, a veces, con el pastel de carne y pasas de uva. Al hotel y a la memoria iba a venir (¿para qué?) el Gringo para quedarse (¿para qué darse tanto, hermano?), junto a papá sin trabajo, junto a mamá maestra, yugándola, fatalmente, sola, con el viejo ya decididamente inútil para bancarla; colgando de sus polleras y cambiando mis pañales cagados, meta Rinso; y más tarde, cuando la guita se acabó, chau vianda de hotel. Isidro haciendo la comida, aprendiendo de a poco los secretos de sazonar, de calcular el peso, las medidas. Dotado de una larga paciencia para hacer el ridículo; las lenguas pueblerinas, imaginate, y los ojos escandalizados de mis tías de Uruguay; la madre de uno dándole y dándole a la tiza y a la neura en medio de las demás maestras, bien casadas ellas; oh, estiradas, oh, norables, oh, limpias, olímpicas. Eso; inmaculadas, inmaculeadas; el particularísimo olor a almidón del guardapolvos recién planchado que nunca pude olvidar; hasta hoy mi nariz es capaz de evocarlo. Mirá vos; ahora también yo limpio la casa y cambio los pañales cagados; me corre un hielo por la espina dorsal cuando me clava los ojitos, él; así miro de nuevo a papá, de gurí. Me hicieron salir al frío, nomás, Amelia; por más que ella cerró las piernas hasta casi hacerse saltar los huesos. Papá, al final, hasta hizo una promesa a Dios si me salvaba de la diarrea estival; dicen que por ahí anduvo el viejo dándose dique con su barba recién crecida (la promesa) , sin afeitarse por dos años, y con su amor por mí proclamado desaforadamente. Ay, Amelia, ¿ de dónde vine?; devine en ese chico con rulos de la foto. Llegué a ser, nada menos, que el hijo de la maestra; lo mismo que ser hijo de Mitre; empecé a creer en lo de mi predestinación y mis deseos eran la realidad; por ejemplo la bicicleta Philips 26 x 1 y medio. Aunque recién comprendí que la cosa venía mal barajada cuando en el mundo no podía haber nada más hermoso que la Siam Lambretta colorada, y ya el asunto no se dio al sólo chasquido de mis dedos. Era el 55. Llovía una tarde del secundario, en la Fráter, cuando cayó Perón. Ahí supe que, en realidad, era hijo de un leproso; un culo para siempre. Y me empecé a llenar de granos.

Trepado en la curva
del viento
el aire malherido se hizo un gorrión
piojoso.
Nadie fue capaz de darle caza.

Después, feroz, volvió en picada
a hacerse jaula.

Luto por la hermandad: tiempos difíciles. Todo tiende a hacer que ningún hombre sea solidario. A que cada uno piense sólo en su centro de pequeñas miserias. De modo que se trabaja febrilmente en la construcción de tapiales. Se compran ladrillos para levantar paredes y se va pensando en la forma que tendrá el laberinto donde se morderán la cola los hombres-islas.
Alguien debe alegrarse por ello. Mientras tanto, afuera, crecerá despacioso y dulce, el tibio calor que hace concreta la primavera. El sol es el mismo de cuando éramos felices y eso, precisamente, lo convierte en una tragedia. Ningún sentido tiene el sol con hombres tristes.
La soledad dirigida es una baba sucia y pegajosa; alguien la secreta, es evidente. La deja fluir para enredarnos en sus hilos; chorrea lenta y gelatinosa, para pudrirnos con su olor. Todo se ha vuelto como pintado al pastel; es el esfumado de las cosas y las vidas; la seguridad es una moneda inalcansable. Y el amor, un árbol de raíces cortadas. Alguien, de pronto, lo ha decidido. Y no sé por qué.
¿ Para qué, entonces, hemos venido a este parque de perversiones?...Gira la vuelta al mundo, la montaña rusa, las sillas voladoras, y los hombres-solos aplastan sus narices contra el alambrado; miran esos juegos iluminados donde algunas sombras__cadáveres__se divierten sin alegría y, quizás, sin paz.
Cae la noche como una brasa encendida; una tormenta de adioses se cierne sobre la casa desamparada de la fraternidad. Nadie debe ser hermano de nadie es la consigna; se ha montado un funeral grandioso para velar el cadáver de la solidaridad. Todo se vuelve denuncia. Venganza. Imponentes resuenan los duros acordes del réquiem; la pompa de unos pocos, ahora, es un caballo desbocado; las palabras un mar embravecido de sonidos falsos. La sombra de los cadáveres fusilados en basurales ha dispuesto la ceremonia apocalíptica de despedir al féretro del amor humano. Los tiranos, libertadores,como se llaman a sí mismos, no tienen tiempo de advertir que el muerto se ha movido; que, imperceptiblemente, ha abierto los párpados.
Los hombres-islas, desde sus laberintos, asoman la frente para espiar el cortejo. Mudos, todavía silenciosos, otean el aire. Nadie ve sus labios. Pero, apenas visible, ellos también sonríen. Y esa risa es una navaja que habrá de resistir.

Tal vez la vida sea una yegua salvaje;
acaso yo acabe por ser una pampa amarilla
inmensa
interminable.

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