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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

viernes, 19 de noviembre de 2010

73.-
Tirado sobre el sofá blanco y negro, con las piernas sobre una silla, pensaba calmado. Afuera, el otoño se había convertido en una baba. Miró a su alrededor: los libros, el banderín rojo de la Fráter, la mujer desnuda de Modigliani, fumando sin apuro. Había oscurecido sabiendo que no vendría nadie.
Había llegado allí con diecisiete años a La Plata. San Isidro, San Nicolás, San Pedro, escribió en las fichas. Y recordó piedra al lado de piedra, en la calle adoquinada. Entonces auto pequeño y malestar. Día opaco después de la lluvia, nariz tapada, gripe ayer. Ahora apaga el pucho, un milímetro de pucho que queda antes del filtro. Y lo arruga contra el fondo del cenicero. Saca de la valija las camisas, la ropa interior; ordena las prendas en el viejo ropero lleno de firmas y dibujos de sus antiguos dueños. Hay una foto desgarrada de Maril nroe. La sonrisa ha sido cortada en su comienzo cuando era toda una posibilidad. Oye voces, entremezcladas, a través de la pared de aglomerado sin pintar. Mira la cama que está enfrente; no quiere imaginar el rostro desconocido de su ocupante. Golpean:
__Se sirve a las ocho y media.
__Gracias__dice.
El cenicero es redondo; tiene tres canaletas para apoyar tres cigarrillos y varias más, pequeñas, a los costados, como adorno. Lee: mapa de la provincia de Buenos Aires y el capuchón negro de la lapicera parece la punta de un cohete. El dueño de la pensión tenía aliento a vino cuando golpeó la puerta. Cierra y, mecánicamente, sigue sacando las cosas, pichicato. Tengo que comprar un bloc y escribir a casa. Encuentra la fotografía de Kuky guardada en el libro. Viene como un ahogo; el pecho se llena violentamente de aire. Imposible seguir y se tira en la cama. La colcha es blanca, con grandes cuadrados, compuestos de cuadrados más pequeños (de a diez: los contó) y tiene olor a limpio. Sonríe, cierra los ojos. Fue un largo despedirse. Hasta amanecer estuvieron. Fueron al puerto a ver el río y se abrazaron igual que Jean Gabin y Michelle Morgan en alguna peli. El paquete muestra cuatro cigarrillos, los filtros limpios, pero imposible leer 43 negros con filtro porque el encendedor está encima. Mira sus uñas. Las muerde y piensa escribir lo que acaba de hacer. Un círculo, otro más grande, otro. Y ya es el fondo del cenicero con ceniza. Recordaba desolado en la pieza de pensión porciones de sonrisas, restos de carcajadas de Kuky que todavía golpeaban. Reía hermoso en esos años Kuky. Reinaba. Se le achicaban los ojos y la nariz hacía una red llena de arruguitas que atrapaba los peces de la adolescencia. En la foto está sentada sobre el brazo de un sillón de mimbre, con una solera clara, mirando divertida (¡qué hermoso reía!) al fotógrafo porque ¡atenciónquesaleelpajarito! Se vuelve boca abajo hasta que la almohada registra la humedad de la boca. Se pasa la mano por los labios. Siente crecer el volumen de voces detrás del aglomerado, y va a ver la hora. Se encuentra con el espejo; se detiene, pichicatón platense. Siempre largo tiempo frente a lo otro de los espejos, fascinado, buscando esa imagen que se le parece y lo escruta y se le refleja. Ojos que lo miran fríamente y que, supone, le pertenecen .Ta,tac.Ta-ca-ta-cata-tac, tac en la oreja el tipeo, y las voces se mezclan. Lapicera amarilla en mano gorda de mujer, uñas pintadas rojas, queda abandonada en el escritorio. Hola, qué tal, dice, masculla, mujer enfrente ojos hermosos, párpados pintados de verde, mientras suma. Si lo apuran puede enamorarse de ella en una de esas; un par de anteojos hace crecer desmesuradamente dos ojos que se vuelven saltones, a punto de escapar. Le resulta curioso pensar en sí mismo y comprobar que su imagen siempre difería de la que le devolvían los espejos. Las cejas enarcando agresivamente los ojos. La derecha se curva un poco más. Kuky, de nuevo, sonríe. Ya puede ir a comer porque son las ocho y media de la noche y, además, tiene hambre.
__Buen provecho__dice, apenas audible.
Debajo de los ojos saltones una boca se abre y dice quería saber si el expediente marcha. La máquina de escribir suena ahora a puntos suspensivos y rrrriiiiiiiiinnnnn dejando paso a persona: de parte de quiéééénnn? Entonces mira a la mujer que tiene enfrente ojos hermosos, párpados pintados de verde; ella sostiene por un instante la mirada, luego baja las pestañas y esconde los ojos generando una brisa que le acaricia la cara y hace volar los papeles. Lo miran. Siente que lo miran de varias maneras, pero no puede levantar los ojos porque lo están midiendo. Pichicato, pichicatón de mierda. Ensaya interesarse en la trama de la servilleta para recuperar la respiración.
__¿ Va a tomar sopa?__dice el viejo.
Tiene que medirse. La madre lo ha preparado perfectamente, y obsesivamente, en economía. Pero no para pensiones horribles. Igual durante el viaje fue trazándose un orden. Mira alrededor. Habría diez o doce mesas con manteles de hule. Se entretiene contándolos. Siete azules, tres verde claro, dos crema. El mismo dibujo repetido cada cuatro o cinco centímetros: la figura de un cazador con su rifle y, detrás, un pico nevado. Esta noche escribo, piensa. ¿ Y Kuky? Lejaníííííísima.... Su cara (la de él) está seria; por dentro sonríe. Entonces piensa: ¿ Voy a enamorarme de nuevo? Imagina de qué modo va a iniciar la relación. Planea los diálogos. Es hermoso. Él pregunta; ella responde. Justo. Es feliz. Después viene la depresión porque sabe que realmente el encuentro será distinto. Falso. Ello es motivo para suicidarse alegremente. Mira hacia la calle donde está, supuestamente, la libertad y, en cambio, está frío. Sol. Durmiente sobre durmiente. Piedras, toscas, macachíes. Siesta. Los rieles brillan hacia arriba trepando la cuchilla interminable. Se han descalzado. Todos. Calientes las plantas de los pies. En patas.
__¡ Guarda, Flaco!...
Pasa rozando la piedra.
__¡ La puta que te parió!__contesta.
Recoge una piedra.
__¡ Agarrala que va con premio!....
Y se pone a hacer equilibrio sobre la vía.
Transpiran las manos, las piernas. Pasa la mano sudada sobre los pantalones blancos, ahora color crema, tierra. Las piernas flacas, duras, llenas de raspaduras. Pica cerca otra piedra. No hace caso. El sol quema entrerrianamente la piel. El campo amarillea. Las casas, a distancia, tienen como una cortina de plástico blanco. Incandescente. Caminan. Caminan.
__Conejo¿ tenés girasol?__grita.
__Puta; a ver si comprás__contesta el otro.
Se sienta a esperar. Tiene una espinita en la planta del pie. Se pasa saliva. Se rasca. Se ríe.
__¡ Andá a la mierda!...
Echa un puñado al bolsillo. Parte una semilla con los dientes de adelante. Expulsa las cascaritas con la habilidad de quien ha nacido entre judíos, expertos en la escupida. La pepa tiene el gusto del verano, pero no lo sabe. Está salado, justo. Tostadito. El Conejo lo debe haber comprado en el mercadito de Pepe. Y escupe. Escupe el verano.
__Ché, ¿ ponemos piedras en la vía? Debe estar por venir el coche motor.
Las apilan con cuidado. Con minuciosidad de terroristas. Una larga fila de piedras enormes para hacerlo descarrilar. El viento es un oleaje de espuma caliente. Entonces se bañan. Se quitan las camisas y están dorados. Las gotas saladas y la espuma del viento corren por el pecho. Marcela es ahora quien está al lado, silla de por medio. No la miro; pero está. ¿ Qué piensa ahora, Marcela? Te estoy pensando. Vos no lo sabés. Te pienso. Llegan al paso a nivel Cruzan empujándose. Lo hacen perder pie. Trastabilla. Va a caer.
__¡ Hijo de…!
El pie queda preso entre los hierros del paso a nivel Enseguida viene el dolor. La sensación en la garganta que se cierra, anticipándose al llanto. Los demás corren delante y ríen a carcajadas. A veces se dan vuelta y le arrojan más piedras. Saca el pie con cuidado. Ve la mancha blanca de la piel desgarrada. Todavía no duele. Arranca una hoja de trébol. Le pasa saliva y se la pega en la pierna. Los demás van lejos, camino a la alcantarilla donde nadarán en el agua barrosa. Allá en la altura. Están rodeados por la capa de plástico transparente. Más al fondo, los rieles parecen anegados de agua fresca. Pero no renguea. Ni llora. Es macho. Agarra la tosca y la arroja con todas sus fuerzas. Los demás no se enteran. Le parece oír sus voces, cantando. Camina. Durmiente sobre durmiente. Piedras, toscas, macachíes. Los demás son un grupo detenido; quizá esperándolo.
__Contame.
__¿Qué querés que te cuente?
__Qué se yo. Cómo fue.
__Ya te dije; bravo…Sólo yo sé lo que pasé.
No quiere mirarlo a los ojos. Entonces mira hacia afuera. Pasa con fuerza la franela y brilla el zapato. Sólo él es capaz de sacar un brillo semejante. Lustra. Como si toda la vida se hubiera pasado haciéndolo. Igual cuando se pone a construir un caballito de madera para la nena del vecino, o arreglar una silla. Ha sido dotado.
__Contame, papá.
¬¬__¿Así que te cogiste a tu prima?__pregunta el Gringo.
No contesta.
__¿Sabés si le doy con ésta, no?__dice__y se sube el pantalón corto para mostrar su cosa ya con pelos. Amarillos, casi blancos.
__¿ Y yo, macho?__dice el Conejo, repitiendo el ritual.
__¡Andá vos!...Pura verga y pelado__el Gringo.
__Sí, pero más grande que la tuya__el Conejo.
Así que sonríe. Espera no ponerse rojo. Silba. Agarra una piedra. Y grita:
__¡El último culo de perro!...
Todos echan a correr; desbocados.
Así como estás ahora, Marcela. Pienso en la Marcela que estoy viendo, con celeste en la ropa, el cabello tan claro y rubio, la boca moviéndose exageradamente en busca de la dicción per-fec-ta en la clase de foniatría.
Lustra.
__¿ Fue a las diez de la mañana; no, pa?
__Mas o menos.
Lustra.
__Tu madre se descompuso a eso de las tres.__Sonríe__Yo salí matándome a buscarlo
al doctor Piloni.
__Menos mal que era acá a la vuelta__dice él.
__Ahá. En patas fui a despertarlo.__Lustra__Bueno…tu madre era muy estrecha.
Él calla.
__Piloni no sabía qué hacer. Vos sabés, antes no era como ahora.__Lustra__Yo sincera-
mente, creí que Graciela se moría.__Deja de lustrar__¡Qué barbaridá, mi amigo!
¡Qué noche!...
Él juega con una piedrita dentro de la nube de calor.
Marcela. Quiero volver a pensar en ella. Y no me dejan. Tengo que escuchar voces pese a mi desgano. Quiero pensarla como anoche. A siglos de amurarme, de enamorarse de otro. Marcela todavía sin abandonarme para siempre. Las mil y unas cosas. La suma. Sus sonrisas. Los grititos. Sus partes. Su sensiblería.
__Prendé el motor, está vacío el tanque, no hay una gota.
El padre va a buscar la jarra.
__¿ Querés agua, Graciela?__La mujer plancha debajo de la galería.__ Andá, llevale
agua a tu madre. Y cerrá el motor, nomás.
El diálogo se rehace.
__¿Y?...
__Al final, como no había caso, le hizo abrir las piernas todo lo posible. Se las apoyó
en las barandas de la cama. ¡ La puta!..., me acuerdo que había prendido dos espirales
de tanto mosquito que había.
Se le cae la piedra. La deja.
Salgo al balcón de la pensión. Me siento al fresco. La luz me pega en la cara. Y así veo pasar la gente y los coches. No entiendo los pasos. Los distintos ritmos de las marchas ni el ruido de los motores. La música que sale a todo trapo de la disquería. Los árboles quietos, sin viento. La fuerza del sol. Entender la vida que corre paralela a la mía sin tocarse en un punto. Puta madre. Marcela. Prisionera por la delgada cuerda de mi amor nuevo. Amor.
__Tu madre me había agarrado de la mano. ¡ Sabés cómo me dejó los dientes
marcados!...__Se sonríe__¡ Como burro cojudo gritaba!...
__Te quisiera ver a vos__dice la mujer desde el fondo. Y sigue planchando.
__Y bueno…al final, saliste.__Se rasca__ El doctor Piloni no me quiso cobrar ni
un peso.
Hace una pausa y dice:
__¡ Qué hombre bárbaro ese!...
Y así. Es un laberinto. Se sale por arriba.

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