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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

lunes, 10 de enero de 2011

79.-
¿Qué era el terror cuando éramos chicos, Mariano? Un mazacote,¿no?...Quizá no pasar, de noche, por la casa de Quinteros, camino al cementerio por esa flaca callecita de tierra, porque se sabía que la casa estaba asombrada. Es decir, que había sombras de difuntos a su alrededor. Sobre todo sería no ver el paraíso que estaba en el patio, porque de una de sus ramas más fuertes se había colgado una mujer, hacía años. Decían que, de noche, todavía se escuchaba cómo se ahogaba, igual que el llanto persistente, tenaz, de un chiquito que era su hijo y que seguiría llamándola, inútilmente, por años. Decían.
¿Sería eso?... Tal vez no ir nunca al arroyo Magariños en sulky, porque los caballos seguramente se espantarían al cruzar el arroyo de Las Calaveras, justo en el puentecito, porque seguro alguna sombra se te sentaba al lado, o viajaba junto a vos por leguas y leguas,al costado, montada terriblemente muda en un caballo también muerto. Entonces todo el silencio del campo te asfixiaba volviéndose un poncho helado. Quizás sería no contestar, paralizado, el silbido llamador del Pombero en la siesta; o salir un viernes a la noche, más allá de las luces del pueblo, porque el Pataco, o cualquier otro, podría cruzarse ya hecho lobisón. Quizás…
Ahora, adultos como somos, todo se ha vuelto distinto; estadístico, administrativo. A lo mejor una cosa más concreta, más real; a lo mejor una gelatina, una baba, un sudor, que está hecho de sirenas nocturnas, inexplicables, llamadoras de Ulises; de hijos dormidos, y puertas rotas a patadas y culatazos, y gritos y cabezas reventadas y manos cortadas y cuerpos mutilados, o volados; enterrados a setenta centímetros del suelo; casi con alguna mano todavía crispada asomándose entre los terrones; sin nombre, probablemente vendados los ojos, y la boca aun horriblemente abierta, ahogada por el último terror lobisón y pombero y la tierra, toda, asombrada; tatuada íntegramente por quemaduras; quizá está hecho de llantos desgarrados de mujeres o niños que vanamente esperarán a un hombre, a un muchachito; que será una ausencia terrible cruzando el puentecito del arroyo Las Calaveras, algunas horas, algunos días, y luego una certeza arrojada a un baldío, a un basural, donde quizás haya un paraíso; tal vez un llamado telefónico, un anónimo, una amenaza; quizás lo llevemos dentro como una lepra porque no somos más que débiles personas; débiles pedazos de carne colgada y solamente sea eso; ¿no te parece, Mariano?, una negra y viscosa y repulsiva cobardía y que el terror realmente no exista, no viva en ninguna casa, en ninguna parte; que esa demencia de la muerte, ese enamoramiento de la sangre, no sea más que cordura y seguridad: una vieja palabra sin sentido. La seguridad de bien comidos, con toda la estantería perfectamente ordenada, el título colgando en la pared y el dentífrico apretado desde abajo. Quizá sea no entender. No entender nada. Un mazacote.
No haber entendido nunca el sentido lesbiano de la vida y la muerte; no haber entendido si la muerte, no haber entendido si la muerte a mansalva tiene el mismo significado de que Monzón sea el campeón mundial de los medianos para nosotros, los medianos; no comprender que aunque alguien esté aullando ahora mismo porque la corriente le rompe los testículos, siempre será maravilloso escuchar a Gardel cuando dice que vuelve con la frente marchita; y eso aunque todo se marchite; aunque todo se muera. Igual va a haber gente amándose como enloquecida en una cama; llenos de jugos; a punto de desmayar por tantos besos. Es que el terror es el hijo mogólico de la vida, Mariano; de ese feroz amor a la vida. Sólo que alguna gente es diferente. Ama a la vida de torcido por medio de la muerte, me parece. Y quiere que la ames de tal modo que llega a quitarte la tuya, si es preciso. Y para que descubras el sentido del amor humano, no vacilará en apretar un gatillo. Te matará amorosamente en tu propia cama, en nombre de Dios, si hace falta, para que comprendas; aunque trates de aceptarlo con dignidad; aunque te cagues encima de terror, aunque llores implorando clemencia, aunque tus hijos o tu mujer aúllen. Quizá sea natural, quizá no exista el terror, ché, y sólo esté en nosotros, los medianos, o sea una categoría del entendimiento perimida. Si no pensás en él, no existe, macho. La única verdad es la realidad y viceversa. Quizá no exista nada, Mariano. Ni la felicidad-á-á-á-ád ,que me da tu amo-o-o-o-or. No pensés más. O sino, tirate al río en la parte más profunda porque no sos capaz de ver nada por la curda que, al final, termine la función; o la pampa que, mirala, es un verde pañuelo bordado de trébol, cerquita de Dios.

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