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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

miércoles, 12 de enero de 2011

80.-
PERO EL AVION DE PERON NO BAJO EN EZEIZA

Llovió unos días antes. Pero ese salió un hermoso día de sol. Calentito como para hacer un picnic en los bosquecitos. No era que la gente no los hubiera hecho igual, al contrario; desde el día anterior habían llevado sus milanesas, sus sandwichitos, sus botellas de vino; y hasta habían pasado la noche que, sí, debió ser fría, al calor de fogatas que encendieron.
Había gente de todas las edades pero, en especial, la víspera perteneció a muchachos y muchachas que no lo conocieron; para quiénes su voz o su cara eran imágenes trabajadas por años, maceradas, traídas por los padres a sus cabezas, hechas de charlas interminables, de míticos recuerdos, de libros escondidos, de viejas revistas y diarios amarillos guardados en los sótanos, enterrados en cajones en el fondo del jardín; rescatados, ahora, como trofeos, como signos de gloria, como medallas; las voces nacían del fuego, y eran cantos enormemente alegres mezclados con consignas, zambas y chacareras; algún tango, alguna balada de Sandro o de Palito. Todos estaban llenos de colores, de ponchos colorados, de risas, de abrazos y de besos. El día amaneció hermoso, sin parecerse a junio; los rastros de la lluvia se quedaron al costado del camino y en los pozos que todavía estaban llenos. ¡Pero cómo fueron llegando! ¿De dónde salía ese río interminable de pies y cabezas que empezaba a confluir, indómito, potente, inagotable, incontenible, inmenso, enorme, descomunal, borracho de fe, alegre, cantor, gritón; ese río que arrastra piedras, toscas; de Salta, de Tucumán, de Jujuy; lento, callado, esquivo y vergonzoso, de Santiago, de La Rioja, del Chaco; vienen, vienen y vienen y bajan de colectivos, de trenes, de camiones, buscando un camino embanderado que lleva al regreso de los tiempos, al encuentro con un hombre que significa todos los hombres para ellos. Y a medida que el sol sube, no hay otro silencio posible que el de ese murmullo ensordecedor de pies que golpean la tierra, el asfalto; que chapalean en el barro que ha ido volviéndose chocolate y que está arriba del camino, abajo del camino, que se queda en las botamangas, en los zapatos, en las maderas, en los bombos. Es una marcha que viene del atrás de los años; que una loca vez cruzó los Andes al mando de un generalito enfermo, desfalleciente en una mula y que dio la vuelta guerreando por América; que retorna, después, con los malones; que camina con los indios Quilmes muertos de hambre y cansancio, empujados a pata y a trompadas hasta Buenos Aires con toda su sarna y sus tristezas; vienen con la gringada de Sarmiento, meta civilización, meta barbarie; todo el cabezaje, el cabecerío, los cabecitas negras, chabacanos, colorinches, grasitas, prepotentes, gritones; vienen, forman columnas ordenadas junto a Evita, agrestes, ciudadanas; camina el Chacho, Varela, la Azurduy, junto al estudiantaje, al empleadaje, que se ha animado a traer sus chiquilines que forman parte de la generación de Pepsi, llevando banderines, cintas, banderitas; piernas y piernas, en una marcha que no tiene nada de forzada pero que, sí, es forzosa, de tanto tiempo que estuvo hirviendo en la cabeza, rompiendo corazones; los ojos adelante, y arriba, al cielo, cada tanto, moviendo los radares internos, oteando, para anticiparse al presentimiento que habrá de descubrir al avión del General, antes de verlo o escucharlo; la ebriedad de esas piernas que, solas, bailan una danza que, a poco que se atienda, es un malambo irrefrenable; el horizonte un mar de cabezas, que hace olas; de banderas, de carteles y pancartas, de sol y gritos y risas, y de hermano dame un abrazo, y ahora sí que volvió el Macho, carajo, y cómo llora ese río, la concha de tu madre, que ojos vueltos a la sombra de la memoria tiene esa vieja que va con el pañuelo anudado y que no puede con sus patas y sus años; que sin embargo marcha al lado de esos pendejos que hasta panderetas van haciendo sonar; que carajean y putean como si tiraran besos, vamos, vamos; tropa, tropa, tropa, los arrea Martín Fierro hacia el sendero, hacia el final de horizonte donde sólo hay cabezas y banderas y carteles y pancartas, pero que en algún lugar tendrá que terminar, la puta madre, para poder sentarse un poco y ordenar ese despelote en el bocho; la alegría que impide razonar, aliviar la garganta que va a quedar ronca antes de tiempo, economizar lágrimas que saltan facilongas; piernas, piernas tullidas, duras, colgando de los sillones ortopédicos también van a su sitio, empujadas por la misma energía que las sanas; ahí va la Virgencita de Luján, Ceferino, todos los mitos: la Deslinda; vamos, vamos, Y dale, macho, dale; dale, macho, dale; y dale/ y dale, y dale macho/ dale/.Dale/macho/dale macho…; ahí van todas las ambulancias disponibles, las sirenas aullando, y las piernas dibujando, obsecadas, su malambo en el barro; todas las congregaciones, las asociaciones, los centros, las federaciones, las agrupaciones, las sociedades de fomento, las cooperativas, las agremiaciones, los clubes, los frentes, las mutuales, las tendencias, las líneas; han venido, están representadas las ligas, las alianzas, las siglas; están reunidas las edades, las generaciones, los sexos, la concha de la lora, las provincias; caminan los obreros, los estudiantes, las maestras, los curas, los viejos y los niños; todos cargan un bolso, un paquetito, un diario, una cámara, un sándwich, una frazada, un sombrero, una sombrilla, una bandera, y una foto; se camina sin pausa, sin freno, sin voz y sin espinas; el río se toca en las orillas, se mira, se respira, intercambia sudores, risas, comentarios y llanto; y se avanza, se pisa sobre el agua, sobre pies, y disculpame, macho y dame un cigarrillo y tenés fuego y prestame cien mangos, y dale macho, daaaale macho… Y dale y dale y dale; dale, macho, dale; mezclados en medio de ese centro de estudiantes, de ese gremio, avanzan silenciosos mas mitos: Hormiga Negra, Moreira, Don Segundo Sombra y La Cautiva; los bombos son un trueno, un latido común del río que tiene la inmensidad de todos los tiempos de la patria, y esos tipos en pata son los Pampas vencidos, los Araucanos tuberculosos, los Charrúas exterminados, los Guaraníes, los Matacos; esa otra multitud son los judíos del Once, los tenderos llevando sus telas extendidas, escupiendo su girasol, hablando en idish; todos enfilando, encolumnándose hacia ese horizonte hirviente y mirando ansiosamente al cielo que habrá de ser tajeado por un avión, que viene volando y cantando a todo trapo “La Fuerza del Destino”. Nunca ojos humanos de esta tierra vieron semejante, tamaña multitud. Nunca se vio tanto amor junto, tanto desinterés, tanta fe, tanta esperanza concretada. Nunca oídos humanos de esta patria alcanzaron a oír gritos semejantes, cantos semejantes, anhelos semejantes. Y, al cabo, el horizonte se detuvo, por fin…
Allá, a lo lejos, había un final, un puente, el 12; estaban las banderas más grandes, las enormes, las fotos más inmensas¸ de allá partían las voces que retumbaban en los altoparlantes, con marchas, con consignas, con órdenes, consejos y viva Perón, carajo; allí vendría, se subiría a ese palco, desde allí partiría su palabra al aire , al cielo, su palabra mil veces escuchada en cintas, presentida, memorizada; todos habíamos llegado allí para ese rito; habíamos venido a recoger su verbo que era como una lanza; a ponerlo sobre nuestras heridas como un bálsamo, a llevarnos sus frases dormidas en el corazón para saber, de ahora en más, que habíamos dejado de ser huérfanos, de estar solos; escucharíamos su palabra sabiendo que para siempre había acabado el tiempo de la desesperanza, de la injusticia; llegaba para expulsar a los fariseos a latigazos, y lloraríamos todos; de alegría y de por fin. Los humanos, los hermanos; y los sueños de todos los humanos y los hermanos: los otros mitos: el Lobizón, la Mula Anima, el Yasí Yateré, el Pombero; ahí estaba, por fin, el horizonte que buscábamos; para nosotros también se había destinado un final, un lugar. Estaba hecho de banderas, de patria, de pasado, de torturas, de picana y terror; todo ese río era el testimonio de que la Patria tenía aliento, sangre, vísceras, humores y olores: había ranchos gritando, departamentos, pisos, pircas, tolderías; todos prendidos, abrojados a ese horizonte embanderado, lleno de de fotos y parlantes y de música y sirenas. Todo eso junto estaba, estaba todo el clamor. Y ocurrió , mágicamente, que ese clamor se hizo silencio, se abrió un vacío, sonó como un choque de maderitas. Un simple taca-taca . Y recorriendo, en trávelling, velozmente, esa distancia, buscando el chocar de maderitas; ese taca-taca inofensivo; buscando el orígen de ese silencio, la magia se volvió terrorífica. Un horror recién llegado partía de negros caños de escopetas itakas, de abiertas bocas de pistolas 45, de metralla, que iba a estrellarse en caras azoradas; no preparadas para volverse pánico, carrera o estampida . Para la correntada de ese río de un millón de personas que iba a volverse bestia ciega.

Y, tristemente, nadie vino al final del horizonte, a las dos de la tarde; nadie hubo que pudiera explicarlo; únicamente había llegado el blanco y pelado esqueleto del terror y fue que la sangre se empezó a volcar a borbotones, a baldazos, encima de ese río; tiñiéndolo como si estuviese sucediendo un milagro deforme…Y Moreira, y la Deslinda Correa con su guagüa, y el Lobizón, y los estudiantes, los viejos, los obreros, los chiquilines y sus padres, los indios, las mujeres, los muchachos con vincha, los poncho colorados, las zapatillas, los zapatos, las piernas, las sillas ortopédicas, como pudieron, sin ceder al horror, al desboque, con todo el llanto atragantado, en medio de ambulancias enloquecidas y aterradas, de sirenas histéricas, de gritos animales; el río ensangrentado, aullante, rebozante de aullidos; el río rojo de sirenas, de balas al boleo, como pudieron, dieron naturalmente la espalda al horizonte esperanzado; chupándose los mocos emprendieron la vuelta hacia el desierto. Confundidos, desolados, entristecidos, solos; dejaron de ser río, armaron lentos el regreso, tristes. Se volvieron un millón de unidades; cada uno cargando su muerte, su propia esperanza triturada, tomada de los pelos y alzada con dolor a ese horizonte, a culatazos; ciegos toda otra cosa que no fuera esa puntada profunda de la frustración, de la amargura, de los sueños volados en pedazos... El había sido, cuando más, un avión que pasó y arrancó un alarido de bestia, un aullido de animal contenido, allá abajo, un estremecimiento de victoria que ahora se había vuelto la noche de Ayohuma; la muerte irreparable de un río mítico; de una procesión que en la noche enciende sus fósforos, sus cerillas, sus encendedores, sus cigarrillos agrios; que semejan velas, antorchas; indiferentes, casi, a las ambulancias que pasan y pasan con las sirenas desplegadas y el rojo pabellón; llevando el angelito cada vez; y nadie canta ya coplas para los compañeros que duermen ahí dentro, en las camillas; para ellos, para esos hermanitos que se encontraron, abruptamente, con la descarnada seca sangrienta vieja cara de la realidad. Ah, sí,
Al fin, después, ya en mi casa, mirando los mohines que hace mi hijo recién nacido, escucho envuelto por una especie de neblina a mi viejo y destartalado grabador que deja escapar la entrañable voz del gran Leonardo Favio. Mi ídolo querido, el artista más grande que yo haya conocido, que canta, canta y canta: “O quizá sim-ple-men-te-re-ga-le-una-ro-sa…Oh, Oh, Ooooooh…” Pongo esa rosa sobre todas las tumbas.-ºººººººººººººººº

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