17.-
__Papá, ¿estuviste mucho tiempo preso?
__No, no mucho. Unos meses.
__¿Y por qué te encanaron?
__Por haber pertenecido al peronismo. Yo había sido el que manejaba la Unidad Básica.
Y, además, era el secretario municipal.
__¿Y dónde estaba el delito?
__En ser peronista, m’hijo. La “Libertadora” había dado la orden de meter presos a
todos los que ocuparon algún puesto durante el gobierno de Perón. Y lo hicieron
hasta en el último pueblito roñoso como el nuestro.
__¿Fuiste preso, entonces, por tus convicciones?
__Convicciones, convicciones…no me hablés en difícil, Marianito. No sé qué me
querés decir… Yo era peronista, nada más. Del montón.
__¿Y cuando saliste, viejo, qué pasó?
__Qué se yo…Intenté poner un kiosco; después una librería…y no funcionó. Pura
pérdida, ché… Si yo ponía una fábrica de sombreros, los chicos iban a nacer sin
cabeza…Al final me vine a probar suerte a Buenos Aires. Tu mamá ya no quería que
me quedara en casa. Así que como un amigo que era gremialista de empleados de
comercio me ofreció ser sereno de una tienda grande, agarré viaje.
__¿Te sentías muy solo, papi?
__Y…sí. Era bravo. Todo me resultaba difícil. Demoraba todo lo que podía en los
cafés para volver bien tarde a la pieza que alquilaba.
__¿Sabés una cosa, papá?...Yo tuve convicciones. Quería formar parte de los que
cambiarian el mundo. Y ahora que todo pasó, que soy un viejo, no sé si me
quedan convicciones para defender.
__Vos, hijo, sos un capo. Siempre sacás de tu cabeza una propuesta. Para mí sos un
mago.
Tu galera es inagotable, y no lo digo porque sos mi hijo, sino porque veo que sos un
capo.
__No, papi. Yo no soy un capo. Soy un capado. Eso soy.