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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

sábado, 29 de mayo de 2010

27.-
Ah, sí. Finalmente él comprendió algo del sentido de lo que había vivido, de todo lo que, hasta entonces, le había sido permitido. Era la primera noche de carnaval del año 71 en Buenos Aires. No sabía si la gente estaba divirtiéndose ahí afuera porque todo lo tapaba el estruendo de los autos, como todas las noches, y hasta un escape abierto, ahora, reventaba los oídos. Pero más porque no quería oír nada ni enterarse de que, del otro lado, se vivía como si tal cosa. Además, indeciso de servirse otra ginebra, la tercera, y desde aquel lejano casamiento en lo de Amengual, Venta de Chorizos Caseros, se entrechocaban imágenes como una gusanera hirviente.
No había otro como el gordo Amengual para hacer el queso de chancho que siempre traía papá, sí, perdido allá, en el mar profundo y negro de la niñez, un día lluvioso. Ciertamente había habido un casamiento, se estaba en plena fiesta y él había dado la nota. Se veía a sí mismo, otra vez, de pantalones cortos, sintiéndose de pronto medio hombre, con deseos que ya no eran de niño. Estaba en un casamiento en la casa de Amengual y ahora retornaba un yo-yo. Sabía que corría, mareado, al par que iba sintiendo en la evocación, el olor de los quesos de chancho que traía papá a la vuelta del trabajo y, sí, lo cortaba ahora en tajadas y las colocaba sobre la galleta de campo recién salida y crocante; hacía un sándwich y mordía, demorándose en el gusto. Pero no, qué digo, en realidad está mordiendo un trozo de lechón preparado para el casamiento, y el casamiento navega en las aguas turbulentas de ese mar de la infancia que no cesa de encender lucecitas. Escuchando una voz que no parece la suya, pero que él sabe que es la suya de niño, casi muchacho pero, todavía, con los que serían posiblemente los últimos pantalones cortos. Es él hablando, mientras, a su alrededor, se ha formado un grupo de muchachotes llorando de risa; sí, señor, y se ríen de él. Y es por lo que dice y grita, desbocado, imparable, porque se ha emborrachado y está diciendo pavadas que hacen poner rojos a los viejos, que no saben dónde meterse. Ellos, tan secretario municipal él, y tan maestra ella, y ‘el gurí de mierda gritando desorejado a más no poder. Ahí están de nuevo los muchachos que no pueden dejar de reírse, tratando de acostarlo en una cama que no sabe de dónde mierda salió; todo oscuro en esa pieza, todo dando vueltas y vueltas. Hasta su voz, esa que escucha enredándose entre las patas de los caballos atados a los palenques de la calle, chapoteando en el barro que quedó de la lluvia de esa mañana. Hacen chocolate con los cascos. Y él grita: “¡Me quiero coger a la Chiquita Pieris!”…Eso grita. Repentinamente hombre; y los que lo quieren acostar, sin conseguirlo, lloran de risa. Desde ese entonces le cuesta pasar cierta zona de alcohol; como hoy, en esta noche de carnaval del año 71. El gusto del vómito y, en cierto modo, el gusto del lechón que jamás pudo volver a comer. ¡Qué cosa! Todo vuelve. Hasta el barro de aquel día junto al ruido que hacen las patas de los caballos atados; las voces, acostado, tratando de cerrar los ojos para que el techo deje de girar. El sentido de lo vivido no era otra cosa que la certidumbre de que, para llegar a ser hombre, no había más remedio que atravesar una línea. Y todas esas rayas que aparecen y que no hacen más que entrecruzarse para formar una red, donde van a estrellarse cada uno de los días y los años que sucedieron a ese día y que, también, deben ser atravesadas. Que todo es un enredo. Una manea en las piernas que chapalean en el barro y se confunden con las patas de los caballos atados, todos juntos, piernas y patas, pisando en el mismo lugar hasta hacer una sopa, un chocolate blandito con el barro.

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