28.-
Entonces estoy ante la puerta de casa. Bah, de ahí, donde vivimos. Encajo la llave en esa canaleta ondulada, guardo el llavero y vos , mientras tanto, estás en “atendeme, queriiiido”, enseñándole al chico que viene a tomar clases particulares. “Eeeesa letra con forma de maaate, la “b” larga minúscula, fijate, que es como una bombillita en el mateciiito, ¡eh?”… Salgo y compruebo que me falta un peso para viajar. A cambiar, carajo. Retiro, ida y vuelta. Y el lunes, tempranito, me pongo a buscar trabajo. Amelia, me gusta ese salto de cama amarillo patito, que te acortaste; desnuda, abajo. Y sos la reina del hotel; la reina de la pieza en que vivimos de prestado y la anécdota, bah, la anécdota en arte es una cagada, me repite Alejo, hoy tan pintor consagrado. Y en ese entonces cagado de hambre como yo. Todo eso moviéndose en mi cabeza. Te veo en la cama, leyendo, con el mechón caído así, como al descuido, y es para preocuparse por el embarazo porque, según pensábamos, nuestro hijo iba a nacer dos años después. Para ayudar hay que agarrar la escoba, cerrar la mano derecha sobre el mango, así como nosotros perdonamos. Pero vuelvo, siempre estoy regresando a las mismas calles, carajo; a los sitios. No puedo hacer parar al bocho, remonto los escalones y es como pisar un árbol, al tiempo que ahora, de nuevo, Alejo acelera a la salida de Avellaneda rumbo al centro, cargando sus cuadros y conmigo, en el Citröen, viniendo de La Plata, tratando de abandonar pronto el puente. Y fue un coágulo grande al toser,¿sabés?,me asustó. Yo tomo a la izquierda, Mariano. Bueno, Alejo, me bajo acá entonces; y me detengo a mirar esa cosa negra que quedó estampada en la vereda por la sangre que escupí. Siento que en el interior de mi cuerpo reina una especie de bicho que me está comiendo los pulmones. Y está, también, esa otra cosa negra, sobre la mesa de nuestro cuarto de hotel que resulta ser la yerbera. La cortina se mueve , ondulada por el viento; quiere decir que atardecerá prontito sobre el edificio que se ve al fondo, y es tan triste el invierno desde la ventana, Amelia; tan pobres, tan indefensos y tan locos de amor. Girás en la cama, siempre leyendo; tu muslo ya sabe que algún día, quizá de acá un ratito, atrapará mi mano, allí donde se derrama la luz del velador. Y entra por debajo de la puerta el frío, el chiflete, de la generación de Pepsi. Podríamos alquilar un departamentito, ¿eh, amor?...A lo mejor, loquita…Tenés que ir por los avisos, Mariano, cualquier cosa, algo habrá, no me vas a decir; yo conozco mucha gente que encuentra empleo enseguida por el diario. Entonces agarro el pantalón vaquero, el jeans, el parche que voy a coserle en las rodillas y vuelvo a coincidir con vos, quizás, en la necesidad de ir a un psicoanalista, un locólogo, un ala lista.
El amor. Ah, sí. Voy a soltar el ancla para verificar si ese globo inmenso que se balancea con el viento, es capaz, hasta perderse. Volverse mucho menos que un punto; sólo cielo. La partida será muy pronto, un día de éstos; apenas. Para retomar la construcción del camino en el punto mismo donde lo habíamos dejado. Ya hemos conseguido cortar bastante pasto, pibe. Había crecido desprolijo, a lo loco, desdibujándolo casi. Parecía perdido. Pero era únicamente maleza, mugre. Debajo, el sendero seguía intacto y sano, absolutamente transitable; entero y, todavía, en la misma dirección. Nada había conseguido torcerlo.
Estoy alegre de que haya ocurrido todo así, Amelia. Alegre, dije. Y esta manera de contar se está pareciendo a un bolero. Ya no me importa más que contarlo todo. Llegando al límite de las revoluciones por minuto. Ese que puede alcanzar un organismo sin volar en pedazos. La presión subió hasta las marcas soportables; justo antes de volverse millones y millones de partículas saltando por los aires con mucho donaire, pero he de dominar a los cosos, a los bichos de mi cabeza. Voy a pilotear serenamente entre los acantilados, igualito a Lord Jim.¿ Sabés que pasa? Creo que conozco mi nave y este mar azul y negro, tragador de promesas y sueños. Ay, Amelia. Soy una de sus partes; parte del mar; soy sal, enteramente. Un inmenso mar de agua verde y plomo hirviente. Pronto amanecerá. Estoy listo. Estoy vivo.
Me levanté, amor, después de mirar con rabia al despertador blanco que nos vigila y nos acosa todas las mañanas. El monstruo se agazapaba taimado, ronroneaba. Y la ventana, el ventanal, mejor dicho, una noche, apoyados contra la ventana del telo, te acordarás, Amelia, ahí fue, mirando pasar la gente abajo. Pero las montañas no tenían nada que ver allí, en la ciudad. Las cosas se mezclan a su antojo. Además, allá, la ventana era chiquita y estaba arriba de nuestras cabezas; lo único que se asemejaba un poco era el fresco que corría y nos daba en la cara y un cierto perfume que toman las cosas en el verano. La noche puede ser; olvidándose de tanto departamento las estrellas estaban igual, pero parecían recortados en cartón los cerros. Dame un cigarrillo. Pasaban unas muchachas yéndose a dormir; no, no era igual que ahora que no sos vírgen. Estás apoyada en el marco y la luz que viene de la calle Juramento trampea tu cuerpo desnudo. No hagas caso de la música mentirosa que se oye por el parlante. Que escándalo fue, loquita. Teníamos ganas de matear y, por ahí, sonaba dale que dale una zamba.
El temblor de tierra fue por la mañana; qué susto, correr, matándose, a campo raso, con el aire como enrarecido, para morir juntos. Aunque no lo decíamos, sólo veíamos las caras sacadas de la gente que, también, corría desesperada como nosotros. Cuándo, cuándo, entonces, te vas a acostar conmigo, decime, Amelia, carajo. Te pregunté eso o algo por el estilo. Ahora no es igual, claro. Ya todo pasó. Está todo calmo seis pisos más abajo en la calle Juramento, junto a esa ventana, desnudos, amándonos de pie. No sé, no sé cuándo, no me preguntes, me decías en medio del temblor. Ya va a ser, dame tiempo. Y yo, el destructor de pequeñas cosas importantes, cuando no. Ahora, a lo sumo, con suerte, somos los dos juntos, invitándonos de prepo a una fiesta jujeña hecha por gente que no nos conocía. Fue la noche que siguió al temblor, en una casa humildísima, ¿te acordás?, humildísima y cálida, de gente macanuda. Había un patio, la mesa larga tendida, yo medio borracho ya, con mi traje negro de porteño camelero, cantando “Uno” de Discépolo, a dúo con una rubia engañadora y vos, celosísima, pero también encandilada por la luz que salía de las bagualas que cantaban los hombres.
Datos personales
- carlos lagos
- Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-
La Tierra del Arca
Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
ARTE TEXTIL
Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-
lunes, 31 de mayo de 2010
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