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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

lunes, 21 de junio de 2010

34.-
Amelia caminando entre el gentío conmigo en su cabeza. De nada valía fumar porque el cigarrillo raspaba y no tenía gusto. El calor pesaba después de la lluvia bajo el cielo ahora desmesuradamente celeste, tan claro que hiere los ojos. En medio de la gente, dije; ese pelado traspira y resopla y bufa y pasa al otro brazo el saco que lleva en la mano para sacar el pañuelo que hace correr por la frente empapada, o esa vieja que se desgañita tratando de encajarte a la fuerza, en la cara, un billete de lotería. Esa gente, la gente concreta, tan difícil de encarnar en la idea vaga ahora, pero tan potente en los papeles, de pueblo. Pueblo. Todos esos ahí, esa parejita que se besa, los vendedores, qué trajeados, qué serios, detrás del mostrador, en el negocio lujoso, inmaculado, y esa
mujer, también, que viene ahora, ahí, esa que va a pasar frente a la cabina telefónica,
distraída y ¡zas!...va a chocarla; pintarrajeada, haciendo sonar las pulseras como si se trataran de estandartes. Está toda la fanfarria sonando, ruido marcial, bronces a todo trapo,para-pa-papa-pa-pa-papa…¡Para-pa-pa-pa-pa-pa-pa!....Perdón, señora. Ah, el calor. Siente las axilas empapadas y tira el cigarrillo por la mitad.
Al pasar por Roder’s se para frente a la vidriera y, en tropel, imágenes diferentes y estereotipadas de Mariano, que vengo a ser yo mismo, al que se te ocurre, porque sí, imaginar que se llama Juan, para hacer el juego con las palabras de Juan; qué hay detrás de un “Colorado”, Juan? Es la frescura, Juan!...¡Ahora es legal en la Argentina, Juan! ¡ Y yalové, y yalové, es el equipo de José, Juan! ¡Juan, Juan, Juan, agarrame las bolas que se me van, jua, jua, jua, Juan!...Me cago de las risa. Maricón, traidor. Caminata. Me voy, me voy a tierras extrañas, caminos que he recorrido, adiós. Fuiste y serás mi última expectativa, Juancho mío Mariano, la última soga o el último puente, lindos títulos para el biógrafo. Dios, qué dramatismo, Amelita, Amelia, Amelia; es una barbaridad, Amelia, hijita, mirá esas rodillas cómo las tenés, vení chiquita, venga con mamá, venga con su mamita; así. ¡Muáááááá! ¡Muáááááá!....Pero, hijita, cómo se te ocurre...mirá un poco. ¡Muáááááá! ¡Muááááááá!....Dame esa rodilla, dale la rodillita a mamá. ¿Te arde, nenita? ¿Te arde, mi amor? Hay que desinfectarla; por el tétano, ¿sabés?; qué barbaridad, bueno, no llore, no llore, no llorés más, mi amor. Hoy, sin falta, vamos a hablar con el padre Ordóñez, él tiene que enterarse de ésto, yo no sé quién te metió esas cosas en la cabeza, Amelita, tan chiquita; prometeme, mi amor, que nunca más, que nunca más, ¿eh?, sino mamita va a llorar mucho, y la nena no quiere que mamá llore, ¿no es cierto? Mire esas rodillitas, ¡mire!, mire un poco, Dios mío, ¡muááááá´á!....¡Muááááááááá!, y de dónde sacaste las tachuelas, ¿quién te las dio? ¿Quién te dijo que te hincaras, eh? ¿Quién fue?... El padre Ordóñez no habrá sido; no, él es un santo y está con la iglesia moderna, habrá sido alguna monja, hay cada una; fue una monja ¿no es cierto? Decile a mamita, no tengas miedo, decile, que no te va a pasar nada. La última etapa es frente al Di Tella. Entra, se mezcla entre la gente, más gente todavía, que se empuja, perdón, yo…no, no es nada, y la forma es el contenido, por supuesto, dicen; pero hay que pararse un poco más ante ese inmenso cuadro de Rómulo Macció. Son esos rojos que se comen con violencia todo lo demás, canibalismo con los amarillos, los verdes, los negros y los blancos. Todo el espacio se agazapa ante el avance ciego, incontenible, de esa lava púrpura que, al mismo tiempo, sana y purifica y golpea. Y vos, Amelia, meta llorar pensando: es mi vida; eso que estoy mirando, carajo, es mi vida…y no soporta contemplarse en ese cuadro tan bello y feroz, y menos en ese ámbito infestado de imbéciles y snobs; entonces sale a buscar aire puro, a descargarse, a desahogarse, debajo de la inmensa fronda del árbol de la plaza. Allí, por fin, llora; los ojos nublados totalmente pero, no obstante, aferrados a los mástiles que alcanzan a asomar al fondo, donde se adivina el río, sin saber si existen o los está repitiendo su memoria una tarde en que bajaba la pendiente de Viamonte con Mariano que la apretaba hasta partirle la cintura, señalando con el dedo el final de Buenos Aires, ahí, a unos pasos, desbarrancándose al agua y detrás de esos mástiles donde está llegando ahora Juan Díaz de Solís con toda la milonga que no pudo cantarle a los indios; ahí, en ese río donde más atrás está la nave de don Pedro de Mendoza y Juancito de Garay y toda la puta y salvaje gallegada; o adelante, quizá en otra zona de la memoria que ahora avanza; la torre de los ingleses echando humo todavía por el aceite hirviendo que le tiraron desde San Telmo y negra por la grasa de los ferrocarriles, despidiendo olor a la meada que le echó Scalabrini, detenido el reloj a las cuatro y cuarto de la tarde; y algunos viejos, algunos niños jugando en la plaza, alguna gente, vagamente pueblo, fantasmas que se mueven en contrapunto. Ella quieta, tan irremediablemente otra persona, sin embargo; apretando esa agenda de tapas rojas desteñidas, inofensiva, parecida a millones de agendas escritas con cuanto tipo de letra sea uno capaz de imaginar, con cuanto tipo de asunto existe, apretando con todo, sin darse cuenta, las tapas, de tal modo que los nudillos se ponen blancos. Ah, país. Ah, tierra. Ah, patria; una daga o un beso sos. Todo eso me dijiste que pensaste; me lo contaste, quizás, para que yo lo cuente. Entonces apagué la luz (aunque no pueda pagar la luz), queriendo decir que di la vuelta a la cama (no que dí vuelta la cama), reíte, Amelia, rehice el camino con mis ojos de gato y ella, desde arriba, se veía panoramizada por mis ojos; ojo; palabra que siempre me hizo acordar a eje y que, por supuesto, nunca voy a engrasar, qué mierda. Así es que, en la oscuridad, rehice mi camino de gato andrajoso, desnudo como Adán, rocé peligrosamente el vértice de la cama americana de siete mil pesos que tenemos (la cama que sostiene nuestros pesos) y me metí al calor que venía del cuerpo desnudo de de Amelia que dormía vaya a saber qué cosas. Me encajé en mi lugarcito de siempre, coloqué el pito bien justo en la carretera que lleva al agujerito, le di un besito corto en la espalda y me desperté hoy de mañana, con el café au lait y los panes con fontina de Aaaaadler, sin botulismo. Pero el asunto ya estaba planteado. I-nexo-rable-mente. (Inés-ora-hable-. miente). Ay, Amelia.
Si toda la música pudiera resumirla en
los ojos para que cada vez que se cierren
el aire se llenara de rosas de silencio
dormidas en tu espalda.

Si todos los dedos de mis manos huyeran
de mi cuerpo y corrieran desbocados bajo la lluvia
para buscar tus senos tus caderas o los lugares
preferidos de la noche
bajo el techo
que construyen con sus maullidos
los gatos vagabundos del baldío.-

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