37.-
Pero el asunto era conseguir los noventa centavos. Para ello había que atravesar el pasillo y hacer como que salía a la calle haciendo sonar con fuerza la cancel para que mi vieja lo creyera y tener mucho cuidado con Elenita, mi hermana, que jugaba en el patio y tenía un olfato así de grande para estas cosas. Ahí está la puerta. ¡Vamos! ¡Patlánnnn!...Listo el pollo, tacataca el pecho, y el aliento cor-ta-do…Me saco las spores por las dudas y quedo en patas; qué frío el piso, pero qué lindo. El sol del mediodía atraviesa la mampara clara y la sombra de Elenita que le está dando de comer a un elefante de felpa. ¿Y pap…? Ha sonado la puerta de calle, carajo; pero, uf, es el vecino que sale al zaguán que compartimos. Hijo de su madre; qué susto.¡ Elenitaaaaa!...¿Guardá todo que vamos a comer! Sonamos. Ahora es el turno de la puerta del dormitorio grande. ¡Y Marianitoooo?...Está en la vereda jugando, mamá. Entonces con tres bolitas en la mano, pesándolas profesionalmente, sintiendo al tacto cada uno de los recovequitos microscópicos que las hieren ; por ejemplo, la invisible cachadura de la de agua que se picó cuando se las tiré a pegarle en las patas al Conejo.
El hoyo contra el plátano lo hice con el destornillador que saqué de la piecita de las herramientas. El juego del “choclón” es, entonces, esa mano segura que toma una forma de nido, los pesos equilibrados de las bolitas y el brazo magullado que toma impulso, seguro; y va en busca del hoyo contra el tronco del plátano. ¿No embocás nada, Gorosito!...Respira aliviado porque la madre no dice ni mu ahora, ni pregunta más por él. …Vamos de vuelta, tacataca el pecho, como enjabonado. ¡Mariano choooorrooooo!… Ahora está frente a la puerta con espejo crujidora; miro sus vetas, las rayaduras hechas con las uñas, pienso en la traición que va a hacerme la puerta en cuanto la toque.¡ A la mierda con la parálisis! Entonces con la izquierda tomo la perilla redonda, negra, de hueso, y con la otra apoyo la palma en el borde del marco, haciendo presión hacia adentro para que no CrrrRRRRRRRRRIIIIIiiiii…,TACA-TACA, TACA-TACA…parece que no escucharon, así que ¡ya!...NO ROBAR es un mandamiento no me acuerdo qué número, pero es un mandamiento muy importante; Dios es terrible y TE CASTIGA Y TE CONDENA y te manda derechito al INFIERNO para que se QUEMEN SIEMPRE LOS PECADORES que son unos asquerosos y malos cristianos. Mi cabeza ve la boca del cura Ferré que se abre y se cierra; las cejas juntas, qué peludas, traspirando, recogiéndose la sotana descolorida por el sol, subiéndose un poco los pantalones que se le pegan en las piernas, apareciendo un poco de pierna peluda, con ligas sosteniendo las medias. Igual sigo viendo, nítido, los ojos desorbitados del cura, los ojos espantosos de Ferré. Rastreo en el bolsillo del abrigo de mamá donde sabe que puede, no, que tiene que haber monedas. Pesco tres; dos de veinte y una de diez, tic-tac, tic-tac, el reloj podrido, y la sombra que hay en la pieza con el insoportable olor a flit. La cama callada, imponente, con la colcha verde que tiene un sol azteca en el centro y los rayos desparramados hasta los bordes, todo eso en relieve, de felpita, que me gusta sentir en la palma al rozarlo; mirá, mirá esa cara de atorrantito, mal hijo, reflejada en el espejo; poné carita nomás, turrito; hacete el machito, vas a ver. Ahora los dedos están del otro lado y buscan ciegos. Eso me hace combar, me hace estirar hacia adentro y sentir el olor a ropa guardada, en verano. Ahora agarro tres de diez, listo; con las de veinte que ya tengo, chau pichu. Cerrar sin ruido, dale, y todo como estaba ¿eh, mamá? Qué olfato que tenés, carajo. Salir rápido, como tiro. “rajemo Güiliam que vienen los tanque”, como dice el Conejo. Puta madre, no me puedo calzar la zapat…¡Patlánnnnn!...
¿Qué hacés vos acá?...Nada, papá. Estoy hecho un tomate, se me nota todo; se hizo el burro. Es bárbaro mi viejo, y lo sigo por el pasillo, cuzquito atorrante. Hummmmm, murmura el viejo y me relojea. La nena ya comió su elefante de trapo y ahora come carne cortadita que recoge del plato con una cucharita. ¿Què tal?, dice papá. Se saca el sombrero, ¡qué día bárbaro, eh!. Ufff, dice mamá. Bueno, ché, vayan a lavarse las manos que vamos a comer. Sin chistar. Mientras el jabón hace ruido como cuando junto saliva para escupir, me veo colorado, en el espejo, traspirando. Intento una carota adormilada como la de Robert Mitchum, por joder; y sonrío porque en el bolsillo del pantalón corto tengo un peso. Alcanza para el Continentales que trae 10 cigarrillos y sobran diez, todavía, para comprar girasol tostado en el mercado de Pepe, el que vende verduras y billetes de lotería, y tiene un hijo al que le dicen el colorado Pepito y que, aparte de vender verdura, pasa quiniela.
Los puntos suspensivos de una campana de estación sonando
pueden significarnos.
Pueden destruirnos para siempre y llevarse
los restos.
La sucia sustancia de la memoria será
buen alimento
para el viento famélico del Sur.
Después se oirá un tango.
Algún alegre grito de niño.
Y Buenos Aires seguirá teniendo la pinta de lo
inconmensurable.
Mi constancia, una tela tejida por la araña de los deseos de niño. Un hombre ya, carajo, que no puede ponerse de acuerdo con los años. Los amaso, me amaso en ellos, obsesivo, incansablemente; retorcido en la bruma pegajosa de los sueños, de los terrores; flotando en una zona fría, cálida y de maravilla, azul o negra, en medio de líquenes y algas que se han formado con pieles que perdí y cuelgan, desgarradas, en la alcantarilla de agua sucia donde supe aprender a nadar; también hay restos en los macachíes que crecen al costado de las vías que llevan a Concordia; algún rastro de sangre seca debe resquebrajarse todavía bajo el puente roto del Arroyo Magariños. Camino, Amelia, y camino, bajo el sol, trepando la curva que hace la cuchilla y que muere en la casa del viejo Malarín, hijo o nieto, quizá, del fundador del pueblo; sin ver los sulkys y las jardineras cargadas con tarros de leche bajando para el reparto. Cierro los ojos porque no quiero ver más el camión regador, la chatita del turco que reparte soda y vende hielo; me tapo la nariz para que no me alcance el olor a galleta de grasa recién salida que lleva la jardinera de la panadería “El sol de Mayo”, en invierno; y están calentitas, puta madre, las están vendiendo a través del alambrado de la Escuela Provincial, en el recreo de las diez, y la yegua cabecea y mea largamente y pisotea su propio charco y algún chico pide: vendeme un litro de la yegua, Antonio, pero que sea Quilmes Cristal, eh. Esto de crear, de atrapar cosas es un despelote para mí. Buscarlas, tirar un anzuelo en la memoria. ¡Qué transformaciones, qué desastre! El corazón se te sube a la boca, aunque la sensación se localiza en la base del cuello. Es un golpeteo continuo, más cercano cada vez, y son las patas de un perro que corre sobre barro blando, tacatacá-tacatacá-tacatacá, y el aire una cosa caliente, la respiración de un horno; puedo decir que respiro telarañas, tul, un gran copo de azúcar y los hilitos casi me producen arcadas. Ah, sí; la cosa se instala siempre en la respiración, se queda allí y amenaza no irse; se acomoda de lo lindo en esa fosa negra; la voz se ahoga y toma y tomaría un matiz ligeramente más agudo de lo común si llego a hablar. Pero el deschave es en la cabeza: no aparece una sola idea coherente; sólo palabras, una corriendo la otra, y se amontonan sin ningún orden en la puerta de la lengua como ratas despavoridas; es el despegue, pero estoy mareado y con sueño y eso que dormí las ocho horas; el cuerpo: un tapial de carne con vidrios partidos en los bordes; llegar a ser pura pasión, ¿eh?, únicamente en el amor y, además, se lo pedimos todo, se lo exigimos todo, pobre cuerpo viejo, Mariano. Tan vaqueteado, tan esencial, tan quemado; amado un poco por quienes me han prestado calor, Amelia. Cumpa. Jugando a la paciencia, a su hora más gloriosa. Bien solo. Y sí; te derretirás lentamente en tus ácidos como cualquiera. Pero enfermo de nostalgia por los lugares que sé que existen, escucho. Ahá. Dejo de lado toda otra actividad y escucho latir, ché. Mi corazón es un niño que juega a las aventuras de Colt Miller. Todo lo conozco ya y lo he visto.
Y paladeo, mientras, el terror de la partida; el barco inmenso y rojo, de chimeneas tiznadas y gordísimas, inmóvil; la gente abajo gritando cosas que no se oyen, son sólo bocas mimando palabras. Papá, mamá, los viejos de Amelia, la tía flaca de Amelia y los chicos; la tía mía sorda y muchos lloran; también Amelia que está a mi lado. Todavía no siento miedo ni nada, lo sentiré luego. Escapo de los acontecimientos importantes, me distraigo a mi pesar viendo flotar los papeles, los restos de fruta sobre el río sucio y marrón, esas olitas que chocan contra las vigas del muelle, y rebotan en el metal del barco. Me obligo a verlos igual, como un deber. Esos seres ahí, absurdos, mirándonos, restregándose los ojos, son la familia. Y están sufriendo por nosotros. No hay caso, sólo quiero empezar a partir de una buena vez; partir. La única consigna posible en las fantasías del año 74. Que Buenos Aires se vuelva un resplandor, una fogata de San Juan y San Pedro, que sea imposible ya acercarse y regresar, para echarse a llorar a gritos; quizás. Fue necesario este rodeo inmenso a través del mar del líquido anmiótico para cortar todas las distancias y todos los tiempos; lo que cuelga, irreversible, en esta partida hacia el nunca jamás; el abandono del reino buscando un hombre, partiendo y quedándose a saltar alrededor de las fogatas de San Juan y San Pedro, quemando al muñeco que se consume y larga chispas, y despide un humo negro que trepa al cielo y se hace nube. Ah, sí.-
Datos personales
- carlos lagos
- Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-
La Tierra del Arca
Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.
ARTE TEXTIL
Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-
viernes, 23 de julio de 2010
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