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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

viernes, 15 de octubre de 2010

63.-
Se salía después del mediodía; algunos ni siquiera se habían comido la naranja del postre y la llevaban, advertidos de que podrían necesitarla. Se sabía, además, estaba en el aire, ya lo habían intuido, uno o dos días antes, por las miradas de los culos, o las alusiones cifradas, las risitas cómplices de los otros y, porque desde que llegaste, te lo estaban repitiendo obsesivamente. La cosa iba tomando contornos fabulosos, míticos, de experiencia fundamental e iniciática. Hasta entonces no habías sido sino más que una especie de civil, un sorete; una especie de desclasado, de desarraigado y extranjero, que vivía en la Fráter sin ser considerado fraternal en todo el sentido de la palabra; por lo cuál caminabas entre ellos como si fueras un leproso, llevando la marca infamante de no ser nadie, nada; algo que todos notaban y te recordaban despreciativamente, encarnado en el puto mote de “pichicatón”; no, pichicato; pichicatón, y te lo decían como escupiéndote. Así que aunque estabas lleno de temores por lo que te harían y, por las dudas, de si serías lo suficientemente fuerte o macho como para aguantar, de todas maneras lo deseabas de una buena vez más que nada para que pasara, por fin, y dejara de atormentarte el insomnio, la fantasía terrible de tu cuerpo golpeado, o sangrante; te perseguía la visión de tu cara morada a golpes, la hemorragia que sería una catarata en tu nariz; así que ahora, con la pulsación a mil, caminaba formando parte de la hilera de pichicatones, y aunque el corazón latía y latía más de prisa, había llegado, EL DIA, por fin. Me entretenía eludiendo los charcos que se habían formado en el sendero de tierra apisonada que hacía las veces de vereda en parte de los aledaños de Uruguay que lleva al río; pasando por delante de las casas bajitas y humildes, muchas de ellas de chapa, casi todas con cercos de enredadera o ligustrina y portones de alambre; con perros que ladran cuando pasás y gente que ha terminado de comer y todavía no se ha acostado a hacer la siesta, que saluda familiarmente a los capos porque ya los conoce de cuatro años atrás, viéndolos hacer, fatalmente, ese camino que lleva a la Salamanca; los de cuarto son los jefes. Van casi todos con una ramita en la mano, de retama, o de cualquier vara flexible que, yo sé, van a marcarme las piernas cuando la hagan silbar y me va a dejar una estela, apenas, rosada en la piel mientras salto o corro. Y aunque se marcha en silencio y en orden, no falta alguno que hace chistes y dice palabrotas que tienen la propiedad de tentarnos; palabras como pelotudo, por ejemplo, que uno ha venido oyendo de por vida, hoy suena nueva, desconocida; imprevistamente original en los oídos, y la risa te sale fácil, como torrente, seguida del¡ cállense ,carajo, pichicatones de mierda!...Dentro de un rato no van a tener ganas de reírse, así es que se cruza, casi con un silencio de entierro, todo el boulevard Yrigoyen y ya vamos entrando en la zona de tierra arcillosa, donde el terreno ha sido comido por un dinosaurio y han quedado, nada más, que los agujeros mordidos; las barrancas hechas de tierra desgarrada que me hacen acordar al Cañón del Colorado que ví en una película o al África de Tarzán y también Las minas del rey Salomón, con Stewart Granger. Pero ya caminamos entre los montecitos de espinillos y talas y la tierra se ha hecho negra, después de haber sido casi piedra, doscientos metros antes; y calienta a lo loco el sol de las dos de la tarde, o más o menos, de fines de Abril del año 54, pero nadie ha sacado su naranja porque ésto es el comienzo, nada más; una caminata inacabable, y así es que hay que reservarla para cuando haga falta. Vos veías a las barras de culos que acompañaban la fila haciendo correr el mate; cada grupito con su termo, perdonándote la vida desde la distancia, o haciéndote una seña cada tanto, una guiñada, por ejemplo, para darte un poco de ánimo, ofreciéndote un mate que sabían no te iban a permitir tomar; todos preparados, con sus bolsitos, para ponerse a la sombrita a mirar cómo te hacían correr y tirarte cuerpo a tierra; sorbiendo despacito, midiendo tu resistencia, comparándote consigo mismo el año anterior, cuando pasaron por la misma circunstancia. Y claro que yo lo sabía, Amelia. Ya me lo sabía de punta a punta; alguien, un culo, me lo había enseñado pacientemente y yo mismo había necesitado saberlo para ordenarme interiormente, para hacer una balanza entre mi miedo y mi inseguridad; un mecanismo que he seguido repitiendo desde siempre, para permitirme manejar las experiencias traumáticas. Las situaciones difíciles. Siempre un dato, una pequeña certeza, me han servido para aguantar lo que tenga que venir; así es que estaba preparado para el camelo; porque sabía que te lo enseñaban por estrofas, en grupos de cinco o seis, y que cada grupo quedaba a cargo de un capo de cuarto, porque eran los capos con cuatro años de Fráter los encargados de la didáctica, así lo establecía “La Tradición”; esa palabra mugrienta que fue haciéndoseme repulsiva, odiosa, pero que contribuí a mitificar también yo más adelante, únicamente por miedo; para no seguir siendo el leproso de siempre. La Tradición lo establecía. La Tradición, me cago en el Copón, era una tiranía de normas no escritas que estabas obligado a seguir y respetar; así que no tenías más remedio que obedecer, que mandar, aunque todo eso te rebelara; obedecías, mandabas, vigilado por esa especie de Señora, de imagen de Nuestra Tradición Fraternal y la gran concha de la lora; que estaba en un altar ubicado en la torre del reloj de la Fráter o, a lo mejor, en la cancha de basquet, o en la misma Salamanca, donde habíamos llegado; ahí, entre los juncos, con el Arroyo de la China crecido, rodeando la ciudad y juntándose con el río Uruguay vaya a saber dónde mierda; pero que era una presencia terrible, concreta; una inmensidad de líquido después de los juncos filosos que irían a cortarte las manos en cada cuerpo a tierra, en medio del silencio enorme que reinaba y que yo, por entonces, no sabía que eso se llamaba fascismo…Silencio tenebroso quebrado por algún pájaro que lanzaba un quejido, quizá un bigüá, un lechuzón, o el chapoteo del agua. Empezaba con una especie de discurso que uno de cuarto se mandaba; hablaba del Bautismo, del significado que tenía lo que íbamos a atravesar; del origen de la Fráter, de su tradición ya casi centenaria, de la hermandad, del 14 de Mayo. La Fráter se transformaba, pues, en una Madre inmensa que nos cedía su intimidad, sus secretos, sus ritos de dormitorio, sus partes más pudendas, a condición de que excluyéramos a los “externos”; a nuestra familia, de todo lo que fuera su tradición; y su tradición era como sus tetas; como su concha, que nos pertenecía y a la que gozaríamos a condición de no traicionar nunca sus secretos, sus oscuras costumbres, como hago yo, ahora. No te voy a decir que llorábamos, pero seguramente poco faltaría al oír al exaltado compañero de cuarto, todo un hombre ya a nuestros ojos, subido a una piedra, hablando de esa de esa especie de MinaMadre que era la Fráter a partir de ahora que nacíamos, y a mi cabeza venía, lentamente, en un trávelling, la imponente mole de paredes grises, los techos acerados, su torre enhiesta y su reloj detenido dando la cara a los cuatro puntos cardinales. Yo sentía que iba a amarla intensamente y a temerla casi o más que a mamá, que iba a tener que cargar con ella toda la vida, me gustara o no. Así es que ¡ a correr, carajo!, pichicatones de mierda; ¡vamos, muévanse, hasta los juncos, sin parar! Al que se para lo cago a trompadas,¡vamos, mierdas!...¡ Salto rana, pichicatones; cuerpo a tierra! ¡No se me quede usted; no se haga el pijín, vamos, carajo, vamos!... Y la ramita silbaba en las piernas, en el culo, y había otros vamos, carajo, que venían de otros grupos, por ahí, que también andaban a las corridas, todos entregados a un ritmo enloquecido en el chapoteo del barro; con respiraciones a punto de estallar, de inmensas ganas de llorar; de agarrarte a trompadas con el capo aunque te destrozara y, sin embargo, ¡corran, carajo!, y aguantar y hasta cagarte de risa de algún gordo rezagado o pesado, que era una masa de ropa y carne embarrada hasta el caracú. Y que volvía a resbalar y a caerse y hacerte morir de risa. ¡No pararse, señores! ¡A ver si lo aprendemos despacito, señores, cuerpo a tierra todo el mundo: chécale, cachécale, cachín,, chau, chau. A ver, pichicatones, repitiendo a la carrera: chécale, cachécale ,cachín, chau, chau. A ver, tesoritos, ¡vamos, carajo! Hasta el río, carrera mar, putos; y silba que te silba en las patas la ramitazzzzsssssiiiiiiippppp: pómale, capómale, capín ,pau pau, zip.zzzzzssssssiiiiipppp
¡corriendo, mierdas; ¡ cuerpo a tierra!, gordo pelotudo! Usted es un pijín, gordito.¿Sabe lo que es un pijín?, zip, zip, un piolón, gordito, eso es un pijín; ¡carrera mar, cuerpo a tierra!...¡Déjese de joder con las espinitas, pichicatón! Ahí hay que tirarse, no se haga el piola, vamos, a las espinitas; vamos, tesoros…salto rana para papito; carrera mar, cuerpo a tierra, cachécale, capómale, carrá, rá, rá,zip;Zzzzzzssssiiippp; media vuelta, pichicatones. ¡Hasta el río, señores!, quiero verlos en el agüita, Zzzzzssssiiiippp,¿están cansaditos? ¡Ahhh, muy bonito! ¿ Y yo????...¿qué se piensan? ¿ que yo estoy hecho una lechuguita????, carrera mar a las espinitas; ¡cuerpo a tierra, pichicatones!...Talca huelca, lerelca, lerelca; talca huelca, lerelca, lerelca, ¡a correr, carajo!...Zzzzzzssssiiippp, Zzzzzssssiiippp, gateen, gateen, niños; y va una patada en el culo, tras otra patada en el culo,¡zaaaaaaa!,¡zaaaaaaaa!...Iu paití, iu paitá, ¡hip-rááááá, hip-rááááá!!!!...;¿Vieron que no era tan difícil? ¡A repetir y a correr!....¡Vamos, mierdas, vamos!....
El sol ya baja. Estamos tendidos, semimuertos, con el barro seco pegado a la piel, arañados, debajo de un tala, esperando la orden para empezar la prueba. Hemos comido la naranja, por fin. Hemos tomado mate, y esperamos. Sin ánimo, nadie, para hacer un chiste, un comentario. A ver cómo me dejan frente al resto, carajo; si me hacen pasar vergüenza y se equivocan al decirlo, todo el año los voy a tener cagando. Usted, Leves, a usted le digo; usted se las tira de pijín; más vale que no se equivoque. Pero no me equivoqué, Amelia. Tuve suerte; había que pasar por una hilera como de cuarenta tipos enfrentados, que formaban una callecita que tendría medio metro. Vos tenías que pasar corriendo a todo trapo y ellos te cagaban a patadas; te hacían zancadillas, te cruzaban a trompadas. Una vez que atravesabas esa prueba, te esperaban los capos de cuarto, responsables de la ceremonia. Tenías que decir el Chécale de corrido ante el que había dicho el discurso, mientras tres o cuatro te golpeaban en el pecho y en la espalda para hacerte equivocar. Si te salía bien, te daban un abrazo y estabas bautizado; dejabas de ser un leproso para siempre; si te salía mal, volvías a la fila y de nuevo a pasar por los tormentos. Me salió bien, Amelia; como siempre. Sólo que, todavía, no sabía que hacer bien las cosas no garantizaba nada. Que nadie te iba a reconocer o darte un lugar en el mundo por hacer lo que corresponde. Chécale, cachécale, cachín, chau, chau.



Chau.

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