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Actor,director y docente teatral.Escritor (novela, cuento,poesía y dramaturgia) Artista textil.-

La Tierra del Arca

Hola a todos:
He abierto este blog para hablar de arte y compartir obras. Me llamo Carlos Lagos, tengo 68, y la vida entera dedicada a intentar crear en el campo del teatro, la ficción, la poesía y ahora, de viejo, luego de un buen infarto, arte textil.
Quizás a alguien le guste o interese un poco lo que hago o he hecho. Es mi botella al mar. Está flotando y vaga buscando un rumbo. Alguna respiración humana parecida.
Ya salgo. Ya vuelvo.

ARTE TEXTIL

Estos trabajos intentan metaforizar el genocidio realizado en la Patagonia, primero con los pueblos originarios y luego con militantes populares. Traté de eludir la anécdota directa y representar los hechos desde la abstracción geométrica. A lo mejor les gustan un poco. Faltan algunos que pronto publicaré.Díganme qué les parecen. Gracias.-

lunes, 1 de noviembre de 2010

69.-
Pero se despertó. Todavía con una parte dentro del sueño, contestando mecánicamente a la mujer. Y veía. Aun permanecía, nítido, el rostro de la niña de ojos transparentes y azules; de largos cabellos negros, frágil, y delgadísima. Se sentía como mojado por una imperceptible garúa de ternura que acababa de dejar atrás, todavía latiendo anormalmente el corazón; una cosa irrecuperable que le había sido dado recibir dormido. Terminaba de conocer y perder a alguien inexistente, que era único, y había venido a buscarlo desde algún lugar preciso del pasado o el futuro, o desde el tiempo congelado de los sueños. Se trataba de un ser que, secretamente, dormía en él, alimentado por todos los animales que hierven en el pozo ciego de la cabeza.
Yo la había amado. Así fue. Se amaron fugazmente. Con celeridad, temiendo despertar. Se acordó de un cuento en el que, únicamente el narrador veía lo que un grupo de niños había corporizado en su imaginación; una hermosa muchacha, que desapareció para siempre al separarse de los niños. Este sueño fue una gratificación, una dulce dádiva, parecida a un respiro. Lo mágico había sido que durante el sueño, se detuvo todo; se abrió el tiempo, semejante a una cortina, para que ambos pudieran conocerse. Solveig. Para que se amaran hasta con inocencia. Luego, fatal y puramente, el sueño se ordenó. Y aparecieron los seres reales acompañados de la tristeza de ella, novia olvidada; mirándolo con esos ojos tan abiertos donde se reflejaba el amor que no podría crecer más nunca. Comprendiendo súbitamente que el hombre que miraba con sus ojos trasparentes era un prisionero. Que los dos se habían hallado en tiempos diferentes. Como una triste foto antigua antes de alejarse ;su silencio de siempre; antes de ser empujado levemente por la misma mujer que, en este instante, le está sirviendo el desayuno.
Ahora es de tarde y claro que va borrándose. Aunque aun permanece, como una gota colgando en la cornisa: ella está esperando en la esquina, frente a una casa del pueblo. Y la muchacha del sueño continúa asomada al balcón alto y tiene la exacta sonrisa irreal en sus labios, oscurecidos por el atardecer que ahora sucede en la memoria. El brazo de ella agitándose, como enloquecida y sola. Nada más que por la alegría desbordante de verlo; azorada aun por el descubrimiento inútil del amor. Permanece el recuerdo de imaginarla aparecer, sorpresivamente suya, y luego bajar, sin control, los peldaños de la escalera de madera solamente para darle un beso en la mejilla. Sin ninguna palabra. Únicamente conservando el calor de su mano suave pasando a la suya. Todo eso antes de irse, definitivamente, a caminar hacia la nada, haciendo equilibrio por el borde del sueño.


Está muy atrás ahora. El sol cae a pique, aunque no llega a él, que permanece sentado. Nada más que el calor sofocante en la siesta. Está muy atrás, dije. Desplomado y laxo sobre el viejo sillón de lona. La pava transpira aun. El mate, un vaso, tiene pedazos de limón dentro, cortados de cualquier manera. Mira por entre el follaje de la enredadera. Está en un corredor. En la galería de la casa vecina, desocupada. Encima de su cabeza hay una ventanita, sucia de excrementos de moscas. Está desplomado, sí; laxo, sí. Sobre el viejo sillón de lona. Y las hojitas de madreselva dejan colar rayos de luz que se rompen en el embaldosado. Es la siesta. La pava, helada, transpira pero ya no quedan cubitos de hielo. Mira los pilares, esos caños descascarados que sostienen el techo de viejas vigas, forradas de telarañas. Observa de qué modo la enredadera se aplasta y los rodea, cómo los abraza. Después se desparrama en abanico sobre el armazón de alambre que la soporta. Se siente protegido espiando a la gente, en la sombra. Mira pasar, oye voces, se siente pleno y saciado, al sentirlos desposeídos, sin defensas. La pava conserva agua tibia y todavía transpira un poco; los pedazos de limón flotan muertos. Está muy atrás ahora. Es el momento en que limpia, con los dedos sucios de tierra, el pedazo de limón. Quita minuciosamente los trocitos de yerba que han quedado pegados. Y chupa. El estómago está colmado de tereré. Es la siesta o sea la magia. Está desplomado, laxo, sobre el viejo sillón de lona. Ahora se concentra en su espalda. En el modo en que el respaldo de lona lo abraza. Cómo resiste su peso muerto y lo recibe. Sólo al principio la lengua rechaza la violencia de lo ácido. Pero, poco a poco, se acostumbra y goza con el intenso gusto del limón. Recorre los dientes con la punta de la lengua; los siente filosos. Dientespapeldelija. Sonríe. Sonrío, Amelia. Es la siesta y la paz. El sol, ahora, ya no cae tan a pique. Y es verano o sea la maravilla. Atardece sobre los techos de zinc de los galpones de la estación que asoman detrás del tapial. Se concentra en ellos. De tan brillantes van cambiando de color si uno los mira fijo. No puede aguantar más. Empiezan a picarle los ojos, se humedecen. No puede, sin embargo, sacar la vista clavada en la caída a plomo de las chapas, desbarrancándose sobre el baldío. Lloran sus jóvenes ojos. ¿Por el resplandor? Imagina sus pestañas mojadas y saladas. Se pasa la mano mugrienta por la mejilla. La cierra, entonces, y los restriega. Me gusta más decir: los resfriega. Sonríe pensando ¡qué boludo que soy! Y es feliz, inmensamente. Eso, sólo porque está mirando el tiempo sobre un techo de dos aguas…

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